Café frío
Un café frío de sentimientos que aún luchaban por saber bien junto una tormenta de emociones que intentaban seguir mojando. Sentada junto a la ventana, intentaba unir las palabras que estaba por decir. Estiró las piernas y vio sus pies, tratando de recordar la sensación de correr. Por momentos, la lluvia que golpea el cristal, aquel que le permitía ver, era torrencial; a veces, le dejaba agarrar un paraguas y otras veces solo era una llovizna molesta. Le gustaba mirar la lluvia que había afuera con cierto anhelo por quedar empapada.
La madera ya gastada se humedece con el agua que cae de un cielo desierto de vida; más allá, una calle solitaria que estaba mojada, un pavimento oscuro que no dejaba huellas. Sin palomas en el cielo, ni sonido de truenos. Con las luces apagadas y todas las ventanas cerradas, no había rastro de ningún alma. Casi podía percibir el aroma de tierra mojada si no fuera por un vidrio que la mantiene alejada. ¿Alguien se dio cuenta que estaba ahí?
Esa mañana, cuando despertó, se preguntó: ¿por qué? ¿por qué un soñador puede soñar que nunca muere?
Lo curioso de esta vida es que todos creen poder escapar de ella, paradójicamente, hoy se sentía absurdamente viva. Bebió de aquel café frío y trago con disgusto todos sus sentimientos. Tenían más azúcar de la que necesitaba.
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