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Café con leche

Sep 30, 2025

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Comienzo a escribir sabiendo que probablemente me arrepienta de haber elegido este color. No es mi favorito. No es el que más elijo en la ropa ni en lo cotidiano. No es mi compañero, excepto —quizás— por las mañanas. Me da calidez. Me recuerda a la arena mojada de playas que no son del Caribe.

Sentada en la barra de vinos, me pregunto si habrá algo de mi color en el menú. Lo busco desde que comencé este ejercicio de escritura, como quien juega a nombrar objetos de un solo color. Es un juego, pero también una investigación: exploro mi color y sus matices. Como esa variante de café con la que pintamos el comedor que tanto me gusta ó la transparencia de sus ojos al sol, el tono de su cabello cuando paso mis dedos en gesto de cariño.

Les cuento a quienes me acompañan que escribo sobre un color. Que no sé bien qué decir. Que no sé si tengo algo que decir sobre este color o sobre cualquier color. Uno dice que siempre tengo algo que decir de todo. Otro propone buscar mi color en el bar. Me distraigo. No hay alimentos de mi color, solo vinos. En el menú, encuentro una bebida que podría crear mi color: un affogato. La combinación de la nieve de vainilla con el shot de espresso da lugar a un tono familiar. Huele a mi color. La palabra affogato termina en gato, me gustan los gatos. No sé si habrá alguno en el mundo que sea de mi color, pero debe existir. En este mundo hay de todo.

Investigo un poco más. En el navegador leo el primer resumen que aparece: “Este color tiene una fuerte presencia en la literatura, a menudo evocando sensaciones de calidez, estabilidad y conexión con la tierra, pero también puede simbolizar tristeza, soledad o incluso decadencia. En la literatura, tanto la bebida como el color pueden representar espacios de encuentro, momentos de introspección o incluso definir la identidad de un personaje.”

¿Qué encuentros me ha regalado el café? Sin pensarlo mucho, rescato recuerdos felices con amigos. Cuando estoy en otras ciudades, las cafeterías siempre son un lugar seguro para mí. Aunque esté rodeada de extraños, confío en ellos. Me gustan los silencios y los olores que habitan allí. Me siento a observar llegadas y despedidas. Se lee mucho en una mesita compartida por dos personas. El café te acerca a los seres queridos y con los desconocidos. Te puedes imaginar una historia, incluso una vida completa solo escuchando como alguien pide su café. 

Me tomo un café en paz, sin prisas ni culpas. Observó la mezcla entre la leche de almendras —que no es blanca— y los shots de espresso. En mi cafetería favorita, en una ciudad que no es mía, hay vasitos chulos de cristal. Ahí, entre mis bebidas cotidianas, aparece mi color. Últimamente, algo quiere llegar a mí cada vez que tomo café. Una idea, una emoción, una ilusión, pero no aterriza. 

Despega el avión y cruzamos nubes de algodón. En dos horas estaré en la playa. Escribo que mi color me recuerda a mi piel bronceada, al olor del bloqueador, a la cáscara del coco seco que aparece en las caminatas al borde de la selva. Me recuerda lo que es ser feliz, mojada y libre. No tener preocupaciones, poder estar lejos. Me emociona saber que pronto estaré en un lugar donde encontraré muchas cosas de una gama infinita de café.

En el mar, se escribe poco en papel. Las palabras se quedan en la brisa, en la arena, en los rayos del sol. Las palmeras me regalan sombra y comienzo a leer Balada del café triste, de Carson McCullers. En menos de cien páginas, McCullers nos habla de la soledad, del deseo de enamorarse. De si queremos amar o si solo queremos querer. Cuántas veces elegimos el amor cueste lo que cueste, aunque por el camino dejemos la dignidad, los principios, la fortuna. 

Sentada frente al atardecer, veo a lo lejos mi color. Café, ¿qué intentas decirme? Desde que estás aquí, algo parece a punto de llegar. Pero no llega. Recuerdo las palabras de la investigación: “Puede representar espacios de encuentro, momentos de introspección o incluso definir la identidad de un personaje.” 

Reflexiono sobre mí misma. Soy el personaje principal de esta historia. Carson dice: “El amor es una experiencia común entre dos personas. Pero el hecho de ser común no significa que sea similar para ambas. Hay el amante y el amado, y cada uno proviene de regiones distintas.”  Yo he sido ambas. Pero en general, soy de las que aman. “Me he enamorado muchas veces de gente que no se ha enamorado de mí. Hubo un tiempo en que esto me producía vergüenza: ¿Se me notará?”.  Sé a lo que Carson se refiere. 

Regreso al desierto. También aquí existe mi color, aunque con otras tonalidades. Los atardeceres son únicos, pero no inspiran lo mismo que el mar. Llego a trabajar al taller de cerámica, aquí los colores abundan. Busco esmaltes de mi color. No hay. Pero puedo crearlo. Una pasta nueva, nunca antes vista, ha llegado... ¡y es de mi color! Los alumnos le temen: nadie la elige. Es desconocida. Provoca caos en los tornos blanquísimos, en las herramientas pulcras. Deja huella. Mancha. Es un color que no pasa desapercibido. Cuando alguien lo toca, queda algo de él en la piel. Puede parecer molesto. Puede ser precioso. O desagradablemente atractivo. Ah, ya voy entendiendo por qué es mi color.

Laura Victoria

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