Caderas.

Soy una víctima de mi particular sentido de humor y a veces pienso que es el karma de reírme cuando se muerde su cola el perro, y ahora me da vergüenza pasarle por el patio, mirá si se encuentra sentado con un pucho en la mano y sin reparo resalta lo pelotudo que soy.

Víctima también de mi confianza, y de una mano jodida, siempre que tengo tantas chances se apura y resalta lo increíble de caer en el lado absurdo de la estadística, y debe de haber un teorema que justifique de alguna manera mi tropiezo, por vigésima vez? En el mismo porcentaje absurdo.

Es notorio que todo construye un fuerte, que intenta alejarme nuevamente de todas las manifestaciones del.... No quiero ni nombrarlo, creo que con vos se van los términos y no quiero adjudicarlos, me comí el amague y seguí de largo, justo escuchaba el partido de fondo y tuve que llevar mis ojos al desliz ya cedido a la inercia, al inevitable contemplar en primer plano la excelencia que nos destruye, esa cintura enganchando al medio y no queda más que contemplar como lo que nos rompe es la cadera y toda la integridad de lo poco digno que quedaba. Y un manotazo que toca la seda, que te acaricia en un último espasmo que no llega pero te roza lo suficiente como para dejarte un pequeño agujerito en la camisa/seta/son.

Qué vergüenza levantarse después de este texto, de ese enganche, de ese retiro de los ámbitos en los que volveremos a caer nuevamente el lunes, con la esperanza de que nadie, ni siquiera nosotros mismos, podamos acordarnos lo sucedido.