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Cadena perpetua de silencios.

Sep 24, 2025

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Cadena perpetua de silencios.
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Informe Policial: Caso 47– B

Inspector a cargo: Teniente J. C. Onetti.
Clasificación: Crimen filial (ausencia prolongada, afecto no entregado)
Estado: Abierto, irresoluble

I. Antecedentes del caso.

El denunciante, hombre de unos treinta años aproximadamente, asegura haber sido víctima de un crimen cometido a lo largo de toda su vida. Los autores: sus padres. El delito: estar sin estar, criar sin presencia, abandonar en la convivencia. Durante la inspección se encontraron veintitrés sobres en un cajón de la casa. Ninguno fue entregado. Cartas que contienen disculpas por ausencias, felicitaciones que jamás se pronunciaron, afecto que se escribió como se entierra una pistola sin usar.

El hijo, identidad la cual es protegida para fines de este informe y resguardo de la víctima, lo resume así: “No descubrí el crimen ahora, lo padecí desde niño. Estas cartas son apenas la confirmación de lo que llevo marcado en la piel.”

Este caso excede las competencias de la institución. No hay cadáver, no hay arma blanca ni rastros balísticos. Sin embargo, la víctima sostiene, y las pruebas lo avalan, que ha sido herida de manera sistemática a lo largo de su vida. Un crimen sin sangre, pero con cicatrices visibles en la memoria y en el habla.

II. Escenario del hallazgo.

La inspección tuvo lugar en la habitación norte de la casa de los abuelos paternos. En un cajón de madera oscura, deteriorado por la humedad, la víctima encontró los sobres mencionados. Ninguno con timbres postales. Ninguno entregado. Según la descripción forense de las cartas, estas eran de un papel amarillento, con bordes carcomidos por el tiempo. Letra inclinada hacia la derecha, presurosa, como si el acto de escribir fuera clandestino. Contenido repetitivo: disculpas por no estar presente, felicitaciones que no llegaron al oído del destinatario, frases afectuosas que jamás se transformaron en gesto. Cada carta es un disparo que nunca salió del cañón. Sin embargo, el proyectil alcanzó igual: la víctima declara haber sentido el impacto desde la infancia.

III. Testimonio de la víctima.

El hijo relató, con extraña calma, lo siguiente:

“Yo siempre me crié solo. Mi abuela estaba en la casa, sí, pero como quien ocupa un asiento vacío. Crecí aprendiendo a no esperar, a no pedir, a no reclamar. Cada silencio fue un anticipo del abandono final. Estas cartas no revelan nada nuevo: son apenas la autopsia de un dolor que ya conocía.” Agregó también: “Cuando ellos quisieron asestar la puñalada final, no lo lograron. Mi corazón ya estaba blindado por los años en que dolió esa ausencia. El arma encontró piedra, no carne. Lo que podía matarme ya estaba muerto.”

IV. Observación del inspector.

Lo singular de este caso es que la víctima no fue herida en el acto final, sino en una serie de ensayos criminales ejecutados a lo largo de la niñez. Cada cumpleaños sin abrazo, cada acto escolar sin testigo, cada pregunta sin respuesta fueron cuchilladas previas. La víctima creció con los traumas como si fueran avisos oficiales de lo que algún día ocurriría. Cuando los progenitores se decidieron a consumar el crimen, la herida ya estaba hecha. Lo que quisieron matar había dejado de ser vulnerable mucho antes.

V. Análisis situacional.

Podemos establecer una triada en cuanto al análisis, desde tres perspectivas importantes a considerar en este caso, este inspector puede informar al respecto lo siguiente:

  • Sobre los autores: Se mantienen vivos, sin signo de arrepentimiento explícito. Se les observa como autores de un delito de omisión. Su crimen no fue matar, sino no estar.

  • Sobre la víctima: Hombre adulto, aparentemente funcional, aunque arrastra las marcas de la infancia como pruebas vivientes. No solicita perdón ni reconciliación.

  • Sobre la naturaleza del delito: Un abandono que no prescribe, porque fue cometido en cuotas, día tras día. La evidencia no son solo las cartas, sino el propio sujeto que declara: “yo soy la prueba del crimen”.

VI. Conclusiones previsionales.

Se establece que la víctima creció bajo un régimen de ausencia sistemática. Las cartas confirman la autoría: amor escrito pero nunca entregado. El intento final de herir fue ineficaz: la víctima había sido previamente endurecida por años de abandono. No procede el perdón. El afectado declara: “No me duele lo que venga de sus presencias. La indiferencia es el juez, y ella dicta la condena definitiva.”

VII. Anexos.

Anexo A - Fragmento de carta Nº 7
"Perdón, pibe, no llegamos a tiempo a ninguna función de teatro. Pero pensamos en vos cada minuto."
 Comentario: La ausencia no se excusa con pensamientos. Las sillas vacías pesan más que las palabras escritas.

Anexo B – Notas del inspector
Este caso no se investiga, se padece. Me descubro escribiendo como quien redacta un diario íntimo. No puedo evitar pensar que todos llevamos algún cajón con cartas que nunca llegaron. Todos hijos de ausencias, todos testigos de crímenes invisibles.

Anexo C – Clasificación final
Este inspector declara, con un gusto a impotencia y derrota, que el presente expediente se archiva en la sección de Delitos Imposibles. No habrá juez, ni celda, ni redención. El único tribunal válido... es la indiferencia del hijo. Y en esa indiferencia la madre y el padre ya han sido condenados.

VIII. Epílogo del inspector.
He firmado cientos de informes, pero ninguno me dejó la garganta tan seca. Este caso me recuerda que algunos crímenes no matan en el instante del golpe: se cometen lentamente, gota a gota, hasta que cuando llega el momento del puñal, no queda nada que herir. La víctima vive, pero no olvida. Sobrevive. Y esa negativa, esa dureza de piedra, es la sentencia más justa que este oficio haya visto jamás.

Archívese y sea enviado a fiscalía.

Nicolás

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