Se me ocurrió y frené mi caminata. Me detuve en un árbol a que la idea reposara y se termine de descargar como un gran archivo comprimido. La idea me encontró sin teléfono, sin cuaderno, sin ningún papel. Ni siquiera un ticket de estacionamiento.
Comprobé, cuando llegué a mi casa, que podía ser un colgado, olvidarme cosas y objetos por cualquier lugar, pero no ideas. Entonces le hice caso a lo que leí una vez de Stephen King, eso de que las ideas se cocinan a fuego lento en la cabeza. Pero yo, ansioso, había puesto el horno al máximo.
Ese viernes sabía que en el trabajo iba a ser un día muerto. Antes de ir, pasé por un café, me encontré con Denise para que me apruebe la idea. Dio su veredicto: le parecía muy buena pero dio, también, una advertencia: no hay tiempo para hacer todo lo que querés hacer. Es hoy o hoy, remató.
El botón de mi corazón se activó y empezó a acelerarse cada vez más.
Once podía esperar.
Llegué auna oficina alfombrada, perfumada y con aire acondicionado al máximo. ;e ofrecieron Nespresso y agua, todo en simultáneo. No recuerdo cuánto tiempo estuve, pero poco. Me fui rezando para que mi auto estuviera sobre el cordón amarillo. Estaba. Para festejar, almorcé unas papas Lays entre semáforo rojo y rojo.
El tiempo se escurría. La tarde caía, las bocinas sobre Monroe gritaban. En pocas horas empezaba el show de los Guns Roses. Afuera todo era caos. Adentro mío, un caos de paz. Estacioné y me quedé con el cinturón puesto, en silencio, con mis pensamientos que me hablaban.
Imaginé lo que sucedía detrás de la puerta. Flopy en la computadora, auriculares puestos, en call o terminando, alguna hoja impresa sobre la mesa, cuaderno abierto. Abrí. Todo estaba como me lo esperaba, pero ese viernes algo mágico sucedió.
Apenas apoyé la mochila y dos bolsas sobre la mesada, Flopy cerró la computadora. Se terminó, dijo como una sentencia a la semana. Y puso la pava para el mate. Encendimos las velas y nos quedamos un rato en la mesa. Tenía ganas de cambiarme, revolear el jean de toda la semana, pero no pude. Me paré y solté: “Compré algo para la casa por MercadoLibre que si llega a ser como la publicación… te va a encantar”. Saqué una caja envuelta en la bolsa negra, con la etiqueta, dirección y código QR que nunca nadie escaneó.
Cuando la abrió, Flopy se emocionó: “¡Sí, la lampara de colores que quería! Gracias mi amor” dijo y me la mostró feliz con todos sus dientes. “Qué genio como te acordaste…”.
Yo, mudo.
Ajá. Claro.
En la caja habían colores, sí, pero era de cartuchos de impresoras que no se dio cuenta hasta un rato después.
Yo, temblando.
Cuando la abrió, no había lámpara.
Cuando la abrió, y se dio cuenta lo que había, volvió a decir que sí y me miró feliz con todos sus dientes.
Michael Josch
Soy un testigo silencioso del mundo: escritor, creativo y guionista en proceso. Acá van reflexiones personales, ficción y otras cositas.
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