Creo que me cocí el corazón
muy apretado en la manga.
No fue por valentía,
fue porque no sabía dónde más ponerlo.
Me pesaba en el pecho,
como si ahí adentro ya no quedara lugar,
como si algo en mí dijera:
“mejor afuera, donde alguien lo vea.”
Lo cosí con los hilos que tenía:
melancolía, torpeza,
una aguja oxidada por los años
y el miedo de que se me volviera a perder.
Desde entonces, lo llevo ahí,
expuesto.
Latiendo mal, pero latiendo.
A veces sangra con cualquier roce,
con palabras que no fueron para mí,
con gestos que no supe entender.
A veces me da vergüenza
porque se nota que está mal cosido,
torcido,
con nudos feos en las orillas.
Y hay días en que juro
que me lo voy a arrancar,
que basta de andar regalándolo
como si no costara.
Pero nunca lo hago.
Porque, en el fondo,
hay algo en mí que espera
que alguien lo mire y diga:
"no está tan mal,
yo también llevo el mío así."
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