Camino últimamente por la ciudad, transitando mis senderos cotidianos, percibiendo en el aire el aroma de la playa. Ese aroma denso, cálido, salado con ligeras pizcas dulzonas.
Cuando alzo la mirada, busco el mar y la brisa, o a los heladeros y a las gaviotas; el decepcionante paisaje gris, abarrotado de estímulos, apresurado en su misma existencia decepciona mi vista y se la devuelvo al pavimento. Porque si miro al suelo e imagino, puedo sentir que es el pavimento de algún otro lado; el pavimento de un malecón, por ejemplo.
...
Impera una necesidad casi fisiológica de hallar materializado un deseo en donde solo no hay nada parecido. Buscar el mar en la urbe, algo de cambio en un bolsillo lleno de recibos, una antigua carta en un cajón vacío, afecto en unos ojos ya indiferentes, un futuro en un amor que fallece.
Me he condenado a buscar oasis en corazones desiertos y aún así caminar su áridas dunas sin rumbo.
Me he hallado dispuesto a quitarme la piel y vestir al amor con un abrigo. Permitiéndole al frío llenarme de cristales los músculos, tembloroso le velo el fuego al amor.
...
Pronto, los deseos de pagar con sufrimiento un salario afecto se desvanecen. Mis músculos necesitan su abrigo, mi cuerpo necesita su piel.
Mi corazón merece su propia fogata y constante leña para avivarla.
La búsqueda de oasis se pospone sin horizontes. El cuidado de manantiales y bosques propios impera por sobre todo lo demás.
No me voy a quemar más los árboles para salvar un desierto; no voy a secar mis manantiales para regar y cosechar las dunas.
Me necesito vivo y entero; corriendo, volando, a mis aires; ojalá y a tu lado, siempre a nuestra altura.
...
No hay tierra sin agua; no hay agua sin tierra.
Necesitamos una playa.

Alonso García
A veces no sé qué hago. Quito tabiques de mi ser para cambiarlos por tabiques nuevos. Mi corazón no tiene correa pero tiene dueñas.
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