Son noches como estas, ni muy tempranas ni tardes, con y gracias a estas personas encorazonadas, eternas en sus ideas divagantes, que florecen torcidas despertando preguntas y cuestionando lo ya visto, que me regalaron libertad, hoy. Un poco embriagade, tanteando al arte, me siento una idea flotante, parte del mundo que se comparte con la miríada de luces comerciales y figuras siniestras o, al menos, con intenciones cuestionables por los alrededores. Absorte, embebide en el vértigo de tanta profundidad y ese vino oscuro, espeso y tibio y, al mismo tiempo, de tanta liviandad, me animo a recitar poemas y fragmentos. Francamente, ni el alcohol puede curarme de mi miedo al fracaso, miedo a no pegarle a la forma, pero, ¿no puedo moldearlo al mundo yo también? ¿No puedo ser inventor de? Si mi madre no está acá y si lo estuviese, no debería cambiar nada. ¡Qué escuchen mis formas! ¿No es hora? ¿Y qué hay de mis interpretaciones, a veces, escuálidas y aún pimpollos? Los pasos adelantados, torpes pero fuertes, tallados que doy hacia adelante —con suerte—, ¿qué con eso? ¿Qué, acaso, todo eso no vale nada? ¿Ni a pesar de la mirada alienígena, de suspenso insostenible, de comentario de relleno?
Esta noche, me construyo como burbuja rozagante e iridiscente y que, comenzando marzo, aguardando las temperaturas frías con ansias, espero que broten del gélido aire fractales en mí y mis curvas que me recuerden mi propia esencia, mientras floto, arraigada en la naturaleza que conoce ambas debilidad y fortalezas, belleza y potencial, pero fortaleza e iniciativa de seguir expandiéndose por sobre todo. De seguir pintando y leyendo. De ser vulnerable. De permitirme escribir. ¿Será que no estoy tan sola, por más ínfima y etérea sea la compañía? ¿Y si todo sucede en un segundo? Sí, estoy llena de gratitud, sin embargo, hoy no evito recibir con paciencia la idea de que si al final todo y todos explotan y desaparecen en miserable efervescencia salpicando mi rostro blanco del shock, ¿podré seguir adelante? ¿Podrán mis ideas, estas palabras y las que escribiré llevarme y encontrar un sentido? ¿Inmortalizarme por un rato? Por ahora, voy a casa, con una sandalia rota y un libro de Negroni en mano, por la oscuridad de las calles, empapada en estas maravillas, caminando a un ritmo que yo inventé, sin apuro. Me siento en paz.

KAIKI
Neurodivergente, artista, fotógrafa. Escribo reflexiones y relatos, en prosa y verso libre. Me fascina lo humano, lo existencial, lo nostálgico, los recuerdos y lo onírico.
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