Esta capital mística grita tu nombre a donde sea que voy. La deslumbrante urbe latina que nunca duerme era mi sueño, gran parte porque estabas en él. Y ahora todo se siente como una cadena de nudos que fueron acumulándose desde la garganta hasta mis vísceras. Las reminiscencias y los presentimientos me amenazan con un pronto éxodo.
Los atardeceres tiñen los cielos de rosa pastel, siendo la oposición a la arquitectura de colores neutros. A todas esas parejas que cruzan agarradas de la mano en las plazas las maldigo en silencio con el motivo de que esas historias ajenas alcanzaron el paraíso, menos nosotros que seguimos en una guerra fría de dolor tácito. Para muchos la ciudad del amor es Paris, pero para mí es Buenos Aires. Patria de seres emocionales de otro planeta que residen en el fin del mundo. Sentimos todo y sentimos mucho. La vorágine de nuestra historia de amor era idéntica a la de la ciudad de la furia. Pero tu alma parecía ser más extranjera que perteneciente a estos laberintos urbanos. Y aún deseo saber si mi pasionaria azul que crecía en las paredes de tu corazón sigue ahí, o si la arrancaste de raíz. Las flores de los puestos de esta ciudad que antes me estremecían, ahora me aterran porque no puedo escapar de la idea de que tus tácticas infalibles de ejecutor nato conquisten otras tierras como lo hicieron con la tierra sagrada de mi amor. Me atormenta saber que la muerte de una relación es la muerte de un lenguaje secreto. Y lo nuestro es un coma que oscila entre la esperanza y la resignación. No se puede dar tierra a lo que no ha dejado este plano, y no puedo enterrarte si todavía te tengo tan vivo dentro de mí. Y cuánto más intento olvidarte, más te encuentro en caras desconocidas. Pero la diferencia radica en que en la oscuridad es donde me persigue la neblina de esos ojos verdes imposibles de replicar. Tu mirada caleidoscópica acechaba mis vidrieras, eso fue lo que te sirvió para ahondar en lo más profundo de mi corazón y lo que te bastó para traicionarme con la peor de las artimañas.
Pasan los meses y sigo asustada por los fantasmas que tomaban el café con nosotros en múltiples galerías, aquellos que liberaste en la capital de los campeones del mundo. Ahora me persiguen y saludan con tu misma sonrisa maquiavélica en cada esquina antes de que la luz roja me ceda el paso por los asfaltos que han transportado tanta historia. Los atardeceres ya no son eternos y anochece en un parpadeo. Puedo mentirme a mí misma en la luz del día y en el mundo de las caras digitales con sentimientos imposibles de decodificar, pero jamás en la soledad de la noche. Es una pesadilla de la que no puedo despertar debido a que tus promesas incumplidas se reproducen una y otra vez en el fondo de mi mente expandiéndose como un eco ensordecedor. Sin embargo, son nuestros recuerdos quienes me dan las palabras justas que alguna vez llegarán a su respectivo destinatario. Soy nómade en todos los bares reconocidos durante la medianoche, y en cada uno de ellos escucho nuestras canciones. Inclusive escucho aquellas melodías que te dediqué en mi inconsciente y que pocas veces verbalicé. No por cobardía, sino por falta de tu comprensión. Nunca lograste entender mi adoración de poeta romántica empedernida. Quizás fue demasiado para un hombre de traje que tiene el mundo de los números a su merced. No te culpo, siempre te guiaste por la lógica y yo por el corazón. Tan parecidos, y tan opuestos a la vez. Hombre hecho de los detalles de la gloria de la mañana, mujer creada con las estrellas de la noche. Forjaste mi mejor versión como producto de la maquinación de tu ardid para dejarla varada y perdida en la multitud en plena hora pico donde una masiva cantidad de anónimos e incógnitos trajeados de tu misma característica huyen desenfrenados de sus jaulas de cemento en las calles de la ciudad de la que pasé de residente a potencial exiliada.
La vida sigue, y siempre fue así desde que el mundo es mundo. Apagaste tu cigarrillo en mi corazón usándolo como si fuera un cenicero, y seguiste tu vida como quién olvida lo efímero. Conseguiste la tranquilidad que tanto querías, con aquellos sueños que te pertenecían y que alguna vez fueron míos también. Infiero que hoy por hoy disfrutas del verde protagonista que conduce a tu residencia y la arquitectura pseudo europea donde desde tu balcón pones en marcha la cacería de corazones jóvenes. Rey y guerrero en simultáneo. Mientras portas tu armadura argentada hecha de orgullo y ego, yo mantengo mi guardia baja. Y aunque el filo de tu espada prometiera adueñarse de mi pecho para siempre, sigo con las manos en alto buscando la manera de traernos de vuelta a la vida. Es mi lealtad la que me condena a esperarte, y por eso convivo con la esperanza de que el remordimiento te conmueva lo suficiente como para que decidas volver a buscarme; porque todavía sigo soñando con que Buenos Aires sea testigo de nosotros.

Pampa Gallagher
if guys don’t want me to write bad poems about them, then… they shouldn’t do bad things!
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