Buenos aires; confesiones de un borracho enamorado en sutton bar
Oct 28, 2024
Salí con ella hace un tiempo, y creo que fue la única persona que me hizo entender lo que significa encontrar magia en alguien. Era vivaz, con una energía indescriptible. Lo curioso del cerebro es que, aunque los detalles como la ropa o el lugar pueden desvanecerse, hay momentos que quedan grabados para siempre, como cuando miras a alguien por primera vez y simplemente sabes. Sabes que algo cambió en ese instante. Por eso estoy aquí, contando todo esto.
Ella me hacía sentir así. Cada día con ella era un misterio por descubrir, una puerta hacia lo desconocido, y yo me sumergía sin miedo. Me enamoré, me enamoré perdidamente. Pero en ese entonces yo no era una buena persona. Todavía estaba metido en las drogas, salía mucho, aunque ya sabía que esa vida no era para mí. Quería cambiar, pero algo en mí no terminaba de dar el paso. Ella, sin embargo, fue el impulso que necesitaba. Recuerdo que una vez quise regalarle algo y me miró seria, diciéndome: “A mí no me vas a enamorar con flores. Me vas a enamorar con acciones. Quiero a alguien que persiga sus sueños, que se esfuerce por ser mejor, no por mí, sino por sí mismo”. Esas palabras me marcaron profundamente. Desde el principio me dejó claro lo que significaba ser un hombre, y fue entonces que quise cambiar.
Dejé de salir, me quedé más en casa. Abandoné las drogas, aunque fumar porro no le molestaba tanto porque ella también lo hacía. Terminé el secundario y empecé a buscar un trabajo mejor, una vida mejor. Todo lo hacía pensando en que ella merecía ver a alguien que estaba en camino de convertirse en la mejor versión de sí mismo. Mis amigos estaban sorprendidos de que alguien como ella se hubiera interesado en mí.
Lo curioso es que, aunque cambié por fuera, por dentro seguía luchando con mis demonios. Había noches en las que, a pesar de todo, sentía la necesidad de volver a lo conocido. Una de esas noches lo arruinó todo. Decidí salir con algunos amigos nuevos, y aunque las señales estaban ahí diciéndome que no lo hiciera —no tenía dinero, las cosas no fluían—, terminé saliendo de todas formas. Esa noche cometí el error de besar a otra chica. Fue una decisión absurda, pero el karma fue inmediato. Alguien nos tomó una foto.
Esa foto llegó a manos de uno de los chicos, y eventualmente a ella. Lo recuerdo con claridad: no hubo gritos ni recriminaciones. Simplemente, me dijo que era obvio que no podíamos seguir. En ese momento no me importó. Pensé que lo entendía, que era justo. Pero dos días después, el peso de su ausencia cayó sobre mí. De repente, no había mensajes suyos al despertar, no había “¿Desayunaste?”. Todo se sentía vacío. Me faltaba su presencia, su risa, su cariño. Fue entonces cuando lloré por primera vez.
Intenté buscarla, arreglar lo que había roto. Quería saber cómo estaba, cómo le iba en la vida, pero ella no quería saber de mí. Y aunque durante un tiempo hablamos de forma cordial, eventualmente me bloqueó. Eso me golpeó fuerte. No me rendí de inmediato, intenté hablarle desde otros lugares, otras cuentas, pero todo fue en vano, había perdido a alguien que significaba el mundo para mí, y no podía aceptarlo.
Esa golpiza y el extrañarla tan profundamente, eventualmente hizo que no supiera controlar mis emociones, invadiendola, no la busque tanto por que fuese un enfermo o quisiera hacer algo malo, yo solo necesitaba a la persona que dio estabilidad y paz a aquellas voces de mi cabeza, necesitaba mi lugar seguro. Y en parte, ¿como uno aun siendo mayor, logra controlar el conjunto de emociones que conlleva enamorarte por primera vez, cagarla y creer ilucionadamente que podes arreglar las cosas?.
El tiempo pasó y me sumergí en la tristeza. No volví al gimnasio, no encontré trabajo, apenas salía de casa. Mis amigos notaron lo mal que estaba, pero no podía moverme. Estaba estancado. Recuerdo una conversación particular en la que finalmente lo dije en voz alta: estaba estancado desde que la perdí. No podía avanzar. Me aferraba tanto a su recuerdo que no veía cómo seguir sin ella.
La culpa me atormentaba. Me preguntaba si realmente era una mala persona o si alguien podía redimirse después de un error tan grande.
Con el tiempo, y gracias a las conversaciones con mis amigos, empecé a sanar. Pero no fue hasta que dejé de buscar su aprobación que algo dentro de mí cambió. Recordé lo que me dijo una vez: “Enfócate en vos, no en mí”. Así que eso hice. Comencé a vivir para mí, a perseguir mis propios sueños. Aprendí a disfrutar de mi propia compañía, a hacer cosas que me llenaran. Me volví más honesto conmigo mismo, más consciente del amor propio y del valor de las relaciones genuinas.
Lo que más aprendí de esa relación es que decir adiós no es la forma correcta de despedirse de alguien a quien amaste. Su partida fue necesaria, pero no definitiva. Me enseñó mucho sobre la vida, el amor y lo que significa ser verdaderamente feliz. Y aunque ya no esté en mi vida, siempre llevaré conmigo lo que me enseñó.
No le digo adiós, sino un “hasta que la vida nos vuelva a encontrar”.
Polarnight
Buenos Aires simboliza ese mundo que construimos al compartir nuestra vida con alguien o al enamorarnos.
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