No puedo asegurar si toda mi vida estuve encerrada en la misma torre azulejada de paredes estrechas y oscuras desde la que escribo estas palabras, pero no me es ajeno el hecho de que mi primer recuerdo transcurre entre estos húmedos y deprimentes ángulos. Conozco la cantidad, textura y color de cada centímetro de esta pared cilindrica. Hay una sola ventana desvencijada qué muestra el exterior, que permite que el sol se refleje en los azulejos por unas pocas horas a través de los vidrios que mantengo pulcros en vano desde el interior, sin poder tocar las manchas que enturbian mi vista a la ciudad.
El arcoiris creado por los reflejos ya no me sorprende con su hermosura, solo quiero desvanecerlo para ver más allá, por la ventana, hacia la ciudad rebosante de vida. Pero me nublan la vista y solo distingo retazos, así que hace tiempo me rendí en tratar de alcanzar mi anhelo. Me rindo y me entrego al espectáculo de colores, me dejó embriagar, aletargar, por este espacio ficticio que es una alegoría de mi mente. Ya no lucho contra la torre ni me esfuerzo en vislumbrar por la ventana, solo espero que el sol desaparezca y dé paso a la oscuridad.
Emma Gamow
No soy buena con las biografías ni con los títulos pero quizás si con las palabras que brotan del teclado.
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