Los colectivos gritaban y el obelisco desfilaba, un monolito a la luz de una fría luna de invierno. La masa proletaria se retiraba hacia sus hogares con un paso desesperadamente organizado, un ejército de peones trajeados regresaba a sus cajas tras horas en el tablero. Ahí nos encontrábamos Román y yo, en un modesto paseo de plena avenida, arremangados y transpirados en busca de un buen y barato trago bien frío.
Finalmente, tras sobrepasar la jungla de carne, arribamos a nuestro destino, el bar del Sr. Héctor, al que mínimo debíamos asistir hace unos diez años. Pasamos la puerta de entrada y observé a Román, buscando aquel rostro cómplice de sonrisa pícara y mirada firme. Como es usual, la invitación fue cordialmente aceptada, dando paso a la ceremonia de iniciación de una cotidiana jornada de tertulia dentro de este sagrado conventillo del pecado y del nihilismo.
Como era habitual, nos sentamos en el primer y segundo asiento de la barra, los cuales Héctor ya por costumbre reservaba para nosotros. Román se prendió un pucho y yo, de mi parte, le robé una seca y agarré el diario.
—¡Che! ¿ya no saludan ustedes?— exclamó Héctor.
—¿Cómo anda Héctor? Cuánto tiempo.
—Cuánto tiempo dice este —dijo, mordiéndose los labios. —cansado de verles las caras todas las noches. Pero si todo bien por aca, laburando como siempre.
—¿Cansado de vernos? Vos nomas estas celoso de nuestra vida repleta de lujos— acotó Román.
—Dale, dale… lo que vos digas. Adivino ¿Lo de siempre?
Asentimos con la cabeza.
—Qué simples que son ustedes… Ahí les traigo chicos— dijo Héctor, mientras agarraba una botella de su whisky más barato.
En ese preciso momento es donde todo realmente empieza, una noche como todas las noches, otra jornada más de degustación de finos brebajes alcohólicos.
"Chin-chin" exclamaron nuestros vasos.
Román se mandó todo de una como le era habitual y yo seguí con lo poco que quedaba de diario.
Por lo general no era más que una excusa para tener un poco de silencio en mi cabeza, ver uno que otro número en negativo o las palabras de un mudo eran suficientes como para tener mi cabeza hibernando. ¡Eso sí! preferiría hacer “la de Román” antes que fumarme las boludeces de la sección de chimentos.
No había nada fuera de lo usual esa noche, las viejas luces incandescentes asándonos, Héctor hasta las manos de laburo y los ordinarios borrachines vagueando frente aquel empolvado y roto escenario, al cual de vez en cuando subía algún náufrago artista de jazz o uno que otro melancólico comediante.
Aquellas rutinarias horas habrían seguido su curso habitual ¡Y aclaro él habrían! Porque de no haber sido por ese hombre, esta historia sería una noche más de alcohol y relatos.
De repente, de detrás del telón sale un hombre el cual no pudo evitar llamar mi atención. Un tipo bajito con el pelo lleno de gel y vestido con una camisa rosa acompañada de un traje y un conjunto de joyería, que por más brillantes que eran, se notaba a simple vista su calidad. Nadie, más que los borrachos y yo, parecía darle ni el mínimo de bola al showman, hasta que unos diez o quince minutos más tarde todo parecía comenzar.
—¡Buenas noches Buenos Aires! ¿Cómo está la gente el día de hoy?—Exclamó enfáticamente el pequeño hombre.
A pesar de ser la única persona sobria prestando atención, no se si por morbo o por aburrimiento, me mantuve atento ante tal bizarra imagen.
—¡Ahora sí! ¡Denle la bienvenida a la única e inigualable, ansiada por muchos, Beatriz! — Vociferó mientras señalaba la hendidura del telón.
Lentamente de detrás del telón, emergió una esbelta y bella figura, una jovencita de unos veinte años, cubierta únicamente por una nocturna lencería, extravagantes plumas y accesorios dorados. Los borrachines, como reyes gozando de su bufón, chillaron sin sentidos con un claro mensaje "¡Queremos más!"
Al igual que el hielo de mi whisky, mi interés se diluyó rápidamente sobre aquella imagen. Un símbolo incoloro que dejó este juego de curiosidad en tablas. Esto no lo expreso ni por fino ni por purista pero preferiría observar el arte de Héctor laburar antes que presenciar ese espectáculo de don Juanes.
—Che, Héctor ¿Y este chabon quien es?— Señalando con la mirada.
—Mira, si te digo te miento, la verdad no reviso bien quien viene, aunque tampoco espero demasiado. Mientras mantenga a los tomados entretenidos por mi bien. Eso sí, la verdad que soy más de lo tradicional que el barullero este, no se si serán los años, pero al menos noto a los comediantes tragicómicos y las banditas de jazz, bueno, no por nada empecé con este bar. Si hubiera podido agarrar una oportunidad de tener una de más pibe la agarraba sin pensarlo…— agregó, con cierta melancolía en sus ojos. —¡Pero bueno! Que se le va a...
Una avalancha de rugidos pisoteó la suave voz de Héctor.
—Para que no te escucho un carajo Héctor.
Giré mi atención. Ahí se encontraba el mismo grupito de borrachos rezando ante aquella pobre jovencita, sin embargo esta vez había algo diferente, mejor dicho, algo particular. El bar comenzó a brotar entre miradas de asombro, curiosidad y disgusto.
En ese momento, ya no eramos solos los vagos y yo, desde las palmas de cemento hasta los cuellos en corbata alzaron sus miradas.
No fue más que una ventisca pasajera, una simple ola que atrajo demasiada atención. Doy la vuelta para seguir con Héctor pero este ya estaba sirviendo letra a otros compañeros. No me quedaba otra que el medio consciente de Román.
En cuanto giré ¡Pum! Román brillaba por su ausencia. Con cierta inquietud en el pecho comencé a buscarlo.
—Donde mierda se habrá metido este tipo. —Me susurré a mi mismo.
Salí a la puerta solo para encontrarme con la misma noche porteña del centro, que de cierta manera, me calmaba un poco mientras despertaba otras inquietudes.
Al regresar fui acosado por una renacentista imagen. Un paro de hombres a los pies de la misteriosa figura, agonizando y padeciendo mientras el trajeado observaba con una burlona sonrisa y cierto brillo en sus ojos. En medio de todo ese barullo estaba Román, derritiéndose en esa masa carente de idiosincrasia.
Con cara de orto, desistí y volví a la dejada vereda de la que vine. La calle carecía de pasos y de motores, solo quedaban los pocos rezagados nocturnos medio dormidos en las paradas de colectivo. La fiel compañía del pucho y el cuidado de la luz de una farola me dieron unos minutos de paz.
Mientras me entretenía con los bondis pasar y uno que otro robo casual pensaba en muchas cosas, muchas de las cuales no vale la pena mencionar. Desde delirios como si debería dejar de fumar hasta los típicos “si tengo plata para el boleto de vuelta” y “como carajo iba a hacer para despertarme mañana”.
En mi serenidad, un abrupto “¡Dale, dale!” salió corriendo de adentro del bar. La interrupción fue inevitable y la curiosidad mató al gato.
Abrí la puerta tan solo para encontrarme con una escena de terror.
—No es fácil, no es barata pero es deslumbrante ¡Beatriz! ¿Quién será el susodicho afortunado que tenga la bendición de una noche con esta belleza? ¡No es suerte, no es azar, esto queda en ustedes y en sus bolsillos! ¡Recuerden, esto es una carrera que solo ganará el más fuerte!— Exclamaba fervientemente en su micrófono.
Cinco minutos, tan solo habían pasado cinco minutos desde mi ausencia y la bienvenida, ya no solo era ver a Román destartalado en el piso, también era un conjunto de mesas vacías y un tumulto abalanzándose al escenario mientras volaban gritos, piñas y billetes.
—La puta que lo parió— Exclamé.
Me apresure a la barra.
—¿Qué está pasando Chabon?— Le grite a Héctor.
—No sé boludo, ni me digas. Andaba sirviendo como siempre y no se si seré muy colgado, pero el tipo este empezó a gritar cada vez mas y mas y todos empezaron a pararse y ya no se que carajo hacer.— Dijo Héctor, notablemente pálido y transpirado.
En mi vida había visto algo como esto. La presión empezó a brotar en mi pecho y el aire era viscoso. No entendía nada, pero sabía que Román y yo teníamos que salir de ahí en ese momento. Me dirigí rápidamente hacia el eufórico catalizador de miradas y me sumergí en él.
Entre todo ese quilombo, llegué al borde del escenario. Frente a mí se encontraba aquella hermosa joven. Sus redondeadas caderas, voluptuosos atributos y sensuales movimientos me hipnotizaron tal sirena dentro de un agitado océano. Observé mientras me movía con la oleada de almas, meditando, si tal vez valía la pena dejar todo atrás por al menos una noche, olvidarme del sol, del colectivo y la corbata. Destruiría todo a mi paso y al menos una noche, sería diferente a las demás.
Un repentino empujón me tiró de cara al piso.
—Flaco ¿Sos pelotudo? Que carajos andás haciendo ahí parado— Me gritó un tipo, claramente pasado de copas.
Derramado en el suelo y con la nariz sangrando, evité lo mejor posible los pisoteos y me escabullí al frente del escenario nuevamente. Finalmente, me reincorporé lo mejor posible, solo para darme cuenta que a mi lado yacía el cuerpo de Román a punto de fallecer, usando sus últimas fuerzas para buscar su ya esfumada billetera.
—¡Levántate boludo! ¡Nos vamos ya de acá! ¡Es un disparate esto, están todos re sacados!
—Noooo, un rato más. Quedate tranquilo, lo tengo todo bajo control, está todo bien. Igual, si querés, vos andá, yo me quedo que capaz se me da algo.
—¡¿Que se te de que?! ¡¿De qué mierda me hablás?!
Sucio y transpirado, siendo iluminado por las fuertes luces rojizas y empapado de voces ajenas, Román, sonriente, dijo:
—Y capaz se me da, una noche al menos ¡Una noche donde todo vaya un poquito mejor! ¡Solo una puta noche pido!
Retrocedí, no por asco, no por confusión, tampoco por conveniencia, era por miedo, de esos que te pegan en el pecho y te enfrían la respiración.
Allí, estancado, fui devorado lentamente por la vorágine de almas a mi alrededor. Abofeteado por sus múltiples colores y sonidos, aquella imagen me demostró lo equivocado que estaba. No me encontraba en una masa homogénea de hedonismo nihilista, me encontraba en una masa de cuerpos tallados en cobre, que llevan consigo los puñales de una historia que nadie alivio y las grietas de un sueño que en las calles se diluyó.
Al mirar a aquella chica a sus ojos de luna, comprendí, que frente a todos nosotros se encontraba ni más ni menos que otro cuerpo, un instrumento para los mismos que cortan lentamente la carne y diseñan las calles donde, todas la noches, babeamos frente aquel desértico obelisco del deseo y de la felicidad.
—¡Vamos! ¡Dale! ¡Ya no queda mucho tiempo! ¡Quién será el triunfador de esta noche!— Gritó, ya sin necesidad de su micrófono.
Despedido de aquel congreso, choqué contra una de las mesas, rebalsando los vasos contra el piso y llenando de cenizas de cigarrillo la alfombra roja. En el fondo del bar, Héctor se encontraba sentado en la puerta con la cara en las manos, como nunca en años lo había visto.
La gente empezó a subirse una sobre otra, amotinandose sobre el escenario, tocando y rajando las vestimentas de aquella pobre chica, mientras cantaban victoria y tiraban objetos de par en par.
—¡Ey, ey! ¡¿Qué carajo hacen negros de mierda?! ¡Bajense ahora mismo de aca! ¡Si no tienen la capacidad de quedarse quietitos abajo del escenario voy a bajarlos a patadas en el orto yo mismo!
Las piñas empezaron a salir del escenario y muchos se transformaron en soldados del deseo. El diario mojado en el piso se tiñó de rojo, acompañado de lentes rotos por el barullo. Algunos hielos empapaban la alfombra en una mezcla de cenizas y alcohol, y uno que otro pucho que antes llenaba el ambiente de humo daba una última pitada antes de las 12 de un nuevo día.
Las rojizas luces titilaron y en un preciso momento de oscuridad levante la mano.
Mi vaso todavía puro explotó contra el piso.
Al igual que mi voz.
—¡Basta carajo!
Aquella noche solo quedaron sirenas y cristales rotos.
Héctor siguió sirviendo. Román y yo nunca dejamos de ir.
Al fin y al cabo, la noche no fue más que otra de alcohol y relatos, pero puede ser que por las lunas que siguieron los artistas de jazz y comediantes hayan recibido unos pesos de más.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión