Botón

Estaba en la panadería muy tranquilo, eran las cuatro de la tarde y aún faltaba un ratito para que comience a haber movimiento. Decidí prepararme un té en la espera de que entren clientes.

Escucho la puerta, como de costumbre dejo de lado mi celular mientras saludo pero cuando observo, la persona que ingresó estaba del lado del mostrador.

Un hombre, robusto con el rostro tapado por una tela hasta su nariz dejando en descubierto los ojos y unas cejas pobladas que sobresaltaban, me estaba apuntando con un revólver y caminaba muy rápido hacia mí, elevando la voz con la frase ¨¡Dame toda la plata!¨.

Cuando percibí la situación en la que me estaba enfrentando, mi primera reacción instintiva fue acercarme al individuo, ya que estaba pasando por donde se sitúa la caja registradora y el botón de pánico. Botón. Botón. Mientras avanzaba, logré emitir las palabras: “si, tranquilo, acá esta todo”. Abrí la caja con la mano derecha y, al mismo tiempo, con la izquierda, ubiqué rápidamente el botón. Mi dedo ya no podía despegarse de ese botón. "¡No toques nada!", me gritó mientras tomaba la poca plata que había, porque mi turno apenas comenzaba. “¡Que no toques nada!”. Pero ya era tarde; no podía dejar de tocar ese botón. Botón. Dale, botón. ¡Botón, haz algo! Era lo único que podía hacer, además de ver el arma muy cerca de mi cabeza, esa chalina negra y esos ojos que me esquivaban la mirada. Vamos, botón, dame una señal de que alguien esta viendo lo que sucede. La caja se cayó, porque no estaba bien ajustada. Mi dedo seguía haciendo el mismo movimiento continuo. Recordé que explicaron que hay que tocarlo más de cuatro veces. Botón, ya te he presionado unas veinte. El sujeto terminó de juntar la plata que había caído y salió corriendo. Las piernas no me respondían. Mientras él se alejaba, caí de rodillas al suelo, y seguía presionando ese botón que no respondía. Botón. Botón. Escucho una voz: “Buenas tardes, ¿palabra clave? ¿En qué puedo ayudarle?”.