bitácora del veneno (I) : Yo era el cordero. Tú eras el hambre.
Jul 4, 2025

Me das asco.
Asco en todos los sinónimos, en todos los idiomas, en todas las variantes lingüísticas que pueda articular el cuerpo humano. Me das asco en susurro, en grito, en plegaria. Me das asco en todos los tonos en que puede temblar una garganta al recordar. Me das asco en braille, en lengua muerta, en jeroglífico. Me das asco con la fuerza que vomita un cuerpo al reconocer lo que nunca debió tragar.
Eres tan irrelevante para mi mente que a veces olvido que exististe. Y no porque tu presencia haya sido leve, sino porque mi cerebro ha decidido extirparte como mecanismo de defensa. Suprimirte es una forma de limpiar mi archivo vital, como quien borra una enfermedad del historial clínico. Me olvido de ti para no sentirme impura, aunque la impureza nunca fue mía. Aunque el verdadero criminal eras tú.
Este confesionario debería ser evidencia. Esta bitácora, un expediente. Lo que tú me hiciste no se cuenta entre amigas con risas nerviosas. Se denuncia. Pero yo no vine a pedir justicia. Vine a escupir la verdad con los colmillos que me crecieron. No soy ya un cachorro. No soy tu presa. No soy tu confidente forzada ni tu hombro improvisado. No soy tu menor de edad disponible para soportar lo que tu adultez mediocre no quiso resolver.
Tú, seis años mayor, te acercaste a mí como si yo fuera tu salvación. Te colgaste de mi dulzura como si fuera un chaleco salvavidas. Me hablaste con la lengua empapada en alcohol y sustancias que apenas entiendo. Me contaste tus desgracias y luego me culpaste por no cargar contigo. Me llamaste egoísta porque no fui tu red de emergencia. Me dijiste que estabas al borde, que solo yo podía detenerte, que si no te respondía podría pasarte algo. ¿Qué clase de monstruo necesita que una adolescente lo rescate?
Yo era brillante, decías. Era sensible, perceptiva, especial. Pero nunca fuiste capaz de elogiarme sin subrayar lo que obtenías de mí. Tus cumplidos no eran para mí. Eran para la función que desempeñaba en tu vida. Me querías porque te era útil. Me celebrabas porque era dócil. Me hiciste sentir especial, pero solo para tener acceso a lo que jamás te correspondía.
Y yo, que no quería repetir la historia de tantas, caí en el mismo patrón. No quería ser una más con una historia turbia con un hombre mayor. No quería ser esa amiga que llora después por no haber huido a tiempo. No quería. Pero fuiste más rápido que mi juicio. Me confundiste. Me atrapaste. Me hiciste pensar que tal vez sí, tal vez yo tenía algo que ver, tal vez era yo la que no entendía lo suficiente.
Tuviste que irte del país para que yo pudiera escribir esto sin sentir que me vigilabas. Tuviste que largarte para que yo pudiera admitir que hubo abuso. Sí, abuso. De poder, de confianza, de silencio. Lo tuyo fue una invasión emocional encubierta con carisma. Fuiste tan miserable que necesitaste apoyarte en una niña para no colapsar. Fuiste tan patético que convertiste tus crisis en cadenas.
Recuerdo, con náusea, cómo fingía no notar tu mirada cuando me observabas. Recuerdo cómo hacías comentarios disfrazados de halagos. Recuerdo cómo coqueteabas con otras chicas mientras seguías escribiéndome, como si yo te perteneciera. Qué esperaba yo de alguien como tú. Qué esperaba. Tal vez lo que todas esperan al principio. Que haya algo de verdad en el afecto. Que no sea todo manipulación.
Llegué a pensar que la culpa era mía. Que había hecho algo para darte paso. Que haber respondido un mensaje, haber sido amable, haberme dejado elogiar, era consentimiento. Pero no. No lo era. Y tú lo sabías.
La cereza del pastel fue tu último intento patético de redención. Tus súplicas desde el otro lado del mundo, tus mensajes diciendo que por mí lo dejarías todo. Por mí. Qué absurdo. Qué cruel. Como si después de todo el daño aún me correspondiera a mí salvarte. Y cuando te dije que no, que ya no quería hablar más contigo, lo hiciste igual. Seguiste escribiéndome. Ignoraste mis límites. Como siempre.
Decías que yo te buscaba. Que era yo la que estaba detrás. Pero eras tú quien no dejaba de aparecerse. Eras tú el que necesitaba atención como un parásito necesita un cuerpo vivo. Me hiciste sentir culpable por tener amistades. Celoso, controlador, disfrazado de sensible. Me manipulaste para pensar que, si no te quería, era mala. Me convenciste de que, si no me enamoraba, era cruel.
Y aún así, dudé. Dudé tanto que llegué a pensar en corresponderte. Dios mío, qué tragedia habría sido. Enamorarme de un hombre-niño adicto al drama y a lo que fuera que metías en el cuerpo para anestesiar tu miseria.
Tuvo que pasar todo esto para que lo entendiera. Para que pudiera decirlo. Para que reconociera que fui víctima de algo disfrazado de cariño.
Te reíste, además, cuando te conté que me daba miedo la luna. Te burlaste en público. Te pareció gracioso. Pero no sabías lo que significaba para mí. No sabías que ese miedo venía de algo más profundo, más oscuro, más viejo que tú. Ese fue tu gran talento: menospreciar todo lo que tocabas.
Hoy no tengo miedo. Hoy escribo esto no para buscar justicia, sino para recuperar mi nombre, mi voz, mi versión. Esta no es una carta para ti. Es un documento de sanación. Un registro de lo que no volveré a permitir. Porque ya no soy la misma.
Ya no me das miedo.
Solo me das asco.
Y este asco, por fin, es mío. Y es justo. Y es sagrado.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.

Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión