La bibliotecaria no sabe que está muerta. Cuando la ví rondando por los pasillos, vestida de blanco, la mirada vacía y las manos congeladas, tuve esa certeza. ¿Qué hará encerrada acá?
La veo desde el rincón de esta mesa, ordenando libros, acariciando lomos y sacando el polvo. Ejercicio inutil porque sus dedos transparentes no logran limpiar nada, solo traspasan inertes a través de las páginas. Su soplido inexistente no es capaz de sacarle el polvo a las repisas.
Flotando a través de autores tan muertos cómo ella.
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