El reflejo del naranja avanzando en la pared me despertó.
No quise darme vuelta para confirmar lo que ya sabía: estaba amaneciendo.
Me acosté por la madrugada, no había ingresado en esa habitación en mi anterior visita. El ventanal y el sol, que estaban a mis espaldas, fueron esa alarma que sabía que iba a sonar por la mañana. Aunque yo, antes de que finalmente me venciera el sueño, esperaba una alarma más ruidosa, la esperaba como un grito... la esperaba como el grito de la empleada horrorizada por verme allí, dormido, tapado únicamente con la sangre de su jefa.
Aún tengo tiempo de escapar, bendito amanecer.
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