Benditas manos,
que se posan sobre mi piel como un milagro,
que, al tocarme, llegan tan profundo
que dejan en mi alma una marca de lo sagrado.
Tocame con esa sed insaciable,
como quien busca dejar en otro una huella celestial,
como si mis latidos te invocaran en cada roce,
como si solo en tus manos hallara la paz para calmar este pecado mortal.
Marcame tuya con esa fuerza desesperada,
naufraga en el mar de mi piel hasta que no quede un solo rincón sin tu presencia,
como si al hundirte en mí dejaras un rastro eterno,
como si tu piel en la mía fuera la plegaria que necesitarás para respirar.
Que sean tus manos mi consuelo,
y en cada toque, encuentre el paraíso en este cuerpo mortal.
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