Un vació acogedor me resguarda en el pecho, un silencio eterno se desenlaza en la habitación, los rayos de sol se cuelan de las ventanas y consiguen iluminar una parte de mí, tal cual un gato me quedo bajo su resplandor, calienta la piel, acelera el corazón y regocija mi mente llena de recuerdos. Llena de ti.
Siento el pesar en mi cuerpo, el incesante repiqueteo contra el suelo, ¿qué a qué me refiero?, a aquello, el ritmo constante de mi corazón al mirarte, disonante al verlos juntos, aquel estruendo repetitivo del cristal partirse contra el suelo y la sangre que rodea mi cuerpo.
El sol se escondió, la luna resplandece en lo más alto, pero la tibieza del principio desaparece, el anhelo trasmuta a tristeza, el vació persiste y hasta se hace un poco más de lugar entre mi mente y corazón.
Aquel sentimiento cautivador, aquella sonrisa sin sensación, una bella vista ante un mar borrascoso, caótico, desenfrenado en olas saladas con aroma a arena de continente. Cómo su mirada, verde, celeste, tan transparente como un trago de agua ardiente.
Ese eres tú, aunque eso me pese lentamente.
Franquelli, Maria Luz.
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