Beatriz Sarlo (1942-2014) fue una intelectual argentina que durante mucho tiempo representó a la izquierda ilustrada en nuestro país. Una persona lúcida, ácida, refinada, hizo importantes aportes a la sociología de la cultura, la vida porteña, la literatura, la ciudad, la estética. Fundó revistas y fue imprescindible para la cultura nacional, sin embargo su destino fue mucho más patético y mueve al llanto antes que a la admiración, hoy quiero hablar de sus acólitos. En general mujeres, intelectuales de conducta sutil, huérfanas de política que a la menor oportunidad se vuelcan a la derecha.
Y es que a las beatrices sarlos de turno en distintas franjas etáreas no les incomoda pactar con lo más rancio de la política y cultura en el país burgués. Sarlo se hizo célebre cuestionando al peronismo de Menem cuando todos los intelectuales torcían la nariz por lo grasa e impresentable que era el riojano. Se arrogó sutilezas y podía muy bien hacer estudios por izquierda de un Raymond Williams y jugar a la revolución, pero cuando llegó un gobierno popular que le opuso un mínimo de resistencia a los sectores concentrados de la economía, ¿qué hizo, y tristemente qué suelen hacer las beatrices sarlos de turno en distintas franjas etáreas? Se volvió vocera del grupo Clarín e intelectual estrella de la nación. ¡Ay fue tan divertido cuando Betty quedó como una boluda en 6,7,8…!
Hoy sería muy imprudente atacar a los intelectuales en este aciago momento de oscurantismo libertario, pero ¿cuántas aspirantes a Beatriz Sarlo tenemos en nuestras academias?
Pero volviendo a la original, el kirchnerismo vino a desenmascarar la impostura de los intelectuales refinados. En los 90 ocurrió que el menemismo sirvió de antagonista ideal para los intelectuales. Así, era cool criticar la grasada del riojano, las vedettes y las ferraris. Menem claramente era peronista, peroncho, y ya saben, para los pitucos la ecuación es peronismo = nazis. Sin embargo la careta cayó después de 2003 cuando asumió Kirchner. Sucede que estos intelectualoides llenos de privilegios de clase volvieron a indignarse por varias cosas, sí la pugna por los privilegios, y algo más: el derecho indisputable a ser mejores. A ser aristócratas (les pregunto: ¿saben acaso lo que es un kakistócrata? Es el gobierno de los peores. Los intelectualoides se fascinan por la sutilezas eruditas, se vuelven locos si saben que kakos significa «malo» en griego, pero también por metonimia caca, como kuka). Durante el kirchnerismo, de pronto los sectores medios pudieron volver a la universidad, y los bajos ganaron acceso a los bienes de la cultura. Y estos estirados aduladores de la oligarquía comprendieron que su diferencia (ese pathos) estaba en riesgo.
Hay una infamia: la de la prepotencia; doble infamia: cuando los artistas se vuelven el brazo fino y lucido del privilegio. Les pagan sus viajes a Europa y publican en editoriales prestigiosas a cambio de vender el alma al diablo. Claro, siempre y cuando no sean eso que Arturo Jauretche llamó snobs de magoya.
¿Cómo responder? ¿Cómo ser escritor, literato, poeta, sin sentirnos abochornados por la frecuente alianza de estos sectores ilustrados con la oligarquía, el liberalismo, y por caminos alucinantes el fascismo?
Por ejemplo, hay otros escritores a los que no me animaría a profanar; pero a Jorge Luis Borges lo perdono. A pesar de todo alguna vez tuvo un interés por las pulperías, la secta del cuchillo y el coraje, y ese poema exquisito sobre «el íntimo puñal» aunque sea el arquetipo del esprit de finesse. Sobre su molde todos fueron antiperonistas. Pero pienso antes bien en los héroes de la literatura como Roberto Arlt.
A veces se crea una falsa dicotomía entre Borges-Arlt o incluso Cortázar-Arlt, como si El juguete rabioso fuera (y lo es) más popular que los cronopios. Pero me permito algunas observaciones. Muchas veces el militante y el laburante miran con malos ojos a los escritores, los músicos, los cineastas (más raro), como si la justicia social debiera ir siempre acompañada de ese olorcito a barrio. En parte, hay buenos motivos para esa sana desconfianza, ¿cuántos equivocan el camino apenas comienzan a ver el brillo áureo de una cuenta bancaria? Pero me temo, que la rusticidad y la falta de luces no siempre va en consonancia con la equidad. Lo vemos con Milei, un hombre que habla con la jerga de la lógica y las matemáticas, para seducir a un electorado burro cuya única cultura que respeta son las ingenierías. Así se crea el sofisma. Como si todos supiéramos a priori en qué consiste lo «útil», como si la inutilidad no estuviese en disputa todo el tiempo. (La mecánica cuántica era baladí hasta que sirvió para ganar una guerra).
El punto es que la sofisticación, la elegancia, el juego de ingenio, el arte, no es moco de pavo. No es lujo burgués. Por el contrario, es el único modo de generar conciencia de la ignominia. Solo cuando el analfabeto empieza a leer cae en la cuenta de lo injusto que es el mundo en el que vive. Ya lo saben «ojos que no ven, corazón que no siente». En ese sentido, los libros de Arlt no son populares. No son fáciles. Su oratoria es «sucia», difícil, enmarañada. Pero habla con verdad. Y pone de relieve (qué sino eso es El juguete rabioso) un mundo de desigualdad, patetismo y sórdida crueldad. Oponerlo a la elegancia es desconocer que el hombre y la mujer se salvan cuando empiezan a entender la trama de poder. Eso no se logra abusando de TikTok, y con no escuchar más que cumbia y reguetón.
En ese sentido, quizás como escritores no debamos resignar a la complejidad, quizás en un mundo demagógico de posverdad sea precisamente el refinamiento del pensar lo que más haga falta. Pero si he de ser perfectamente honesto, siempre preferiré las alpargatas a las beatrices sarlos. Están agazapados, ahora ocultos porque Milei es más fascista que liberal à la Macri. Pero sabemos que en ellos la crueldad y la élite se disfraza de estética sutil. Personalmente no me gustaría dejar de resaltar las imposturas y lagunas éticas en la que suelen incurrir estos sujetos. Cuando la política se subordina a la estética quizás pueda nacer el arte, pero sus portavoces son personajes nefastos.

Bonchi Martínez
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