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    LA TIERRA ES LA MISMA

    Nov 29, 2023

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    El cacique miró hacia atrás por última vez. Recordó las épocas felices; las mujeres machacando la mandioca y los niños aprendiendo a bolear ñanduces; el alfarero torneando sus cacharros y los ancianos fumando con placidez, luego de haber entregado su vida a la tierra, a la cual solo esperaban volver pronto con el honor de una vida de valientes sobre sus espaldas. Miró por última vez esa realidad que ya no era suya. - Los hombres que transpiraban como endemoniados en pleno invierno, con el cuerpo ardiendo; algunos de ellos brotados horriblemente y hablando incoherencias; revolcándose en el piso con el dolor de una peste desconocida, una peste contra la que el curandero y sus hierbas nada podían hacer. Vio los niños llorando sin sus madres, un hombre que se arrastraba con los pies descarnados por los salvajes de piel blanca. A veces se preguntaba si ellos no tendrían sangre en las venas; si no tendrían alma; si no tendrían Dios ni madre para cometer esas atrocidades contra los hijos de la tierra. Recordó aquel jefe blanco, que apagaba los cigarros que fumaba sobre la mano cortada y embalsamada de un indio que enseñaba con orgullo en su oficina. Luego habló a su gente con tranquilidad; sabía que muchos de esos hombres marchaban al encuentro de su muerte, pero también sabía que lo harían con valor. Habló de recuperar la libertad y de vengar la memoria de sus muertos descuartizados sin piedad. En el último momento un rayo de luz ancestral cegó sus ojos y brotaron de sus labios palabras que no eran de él, sino que pasaban a través de él, y que llegaban desde las almas de miles de hombres; que venían desde millones de asesinados; desde el rumor del agua de sus arroyos; desde la brisa perfumada de la mañana; desde la misma historia de su tierra y de su pueblo. Y entonces juró por todos sus muertos que su alma volaría sobre esta tierra, incansable, imbatible, eterna hasta que la última gota de sangre fuera honrada y recordada como la sangre de valientes, que vivieron y murieron amando la tierra y honrando el agua, conviviendo con los animales y adorando las plantas y el sol que alumbraba la vida y la paz de estos parajes; antes de que llegaran ellos; antes de que todo se hiciera oscuro y triste y maloliente, antes de la pólvora y la peste. Entonces salió al galope, con la tacuara en una mano y golpeándose la boca con la otra mientras gritaba en su voz la furia de siglos; hermosamente salvaje como el viento y el puma, violentamente libre hasta el último minuto, hasta el último aliento de vida, hasta el último tirón de los caballos llevándose sus piernas y sus brazos, hasta la última gota de sangre cayendo de su cabeza en la punta de la pica. Luego la arremetida de los hombres blancos sobre la toldería donde sólo quedaban ancianos, mujeres y niños. Fáciles de matar, fácil torturar y robar sus caballos, que siempre eran los mejores que se podían conseguir. Unos se encargaban de seccionar los testículos a los hombres para la colección del general, otros recolectaban cabelleras, y cuando acababa la masacre, el fuego terminaba con todo como punto final, como rúbrica del terror, el poder y la aniquilación. La columna de humo se elevaba sobre la copa de los talas y se enredaba en las ramas de los eucaliptus, se arrastraba sobre la tierra esparciendo el olor a carne asada, mientras el sol del mediodía abrigaba el aire calmo. El pálido hombre observaba abstraído las brasas fulgurantes, pensativo, distraído ocasionalmente por el juego de los niños. El mayor había encontrado una rama bastante recta y la arrojaba hacia adelante, mientras con la otra mano se golpeaba la boca y gritaba con fuerza mirando al cielo. El menor de los hermanos se acercó al padre luego de una breve discusión con el mayor. Indios?. -Papá, es cierto que acá también vivían. El padre controló el asado que ya estaba casi listo y respondió: -Si hijo es cierto, y eran muy buenos y valientes. -Y por qué no están mas pá?, se murieron?. -Si… Hace ya muchos años murieron luchando por su libertad; pero se dice que todavía nos observan desde los ojos de los pájaros y que se alegran cuando los niños se acuerdan de ellos. Sobre sus cabezas, un gavilán de bañados volaba en círculos, el niño alzó la vista y creyó ver un extraño destello en los ojos del animal; la brisa sopló tibia y trajo el perfume de otros años, de la misma tierra.-

    Javier Moreno

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