Las teorías sobre 3I/ATLAS, que imaginan una posible tecnología no humana —o que alguna especie alienígena vigila la Tierra, prepara sus flotas imperiales y maquina planes para invadirnos— son, en el fondo, caricaturas epistemológicas.
El colectivo humano ha proyectado desde siempre sus propios motivos en la ciencia ficción. Razas hambrientas, invasores despiadados, ejércitos imperialistas con tecnología superior y la capacidad de viajar infinitos años luz: exactamente lo que haría nuestra propia especie si tuviera ese tipo de poder hoy.
Pero ¿es necesariamente el desarrollo tecnológico el camino de todas las civilizaciones inteligentes? ¿Al menos el desarrollo de naves espaciales, colonizaciones intergalácticas, imperios, armas cada vez más letales?
¿No podrían seres verdaderamente inteligentes comprender que la tecnología también es una opción cargada de riesgos incontenibles e impredecibles —como la división del átomo o la creación de una inteligencia no biológica— y decidir que no todo lo que puede hacerse debería hacerse?
¿No otorgaría esa sabiduría milenios y milenios de existencia?
Por otro lado, si una civilización toma el camino del desarrollo tecnológico, del viaje intergaláctico, de la modificación de su ADN, del acceso a fuentes infinitas de energía…
Si emprende ese rumbo y, a la par, desarrolla su psicología y su espíritu, ¿no volvería el solo hecho de poseer recursos inimaginables y materias primas incontables en planetas de toda la galaxia vacuo el deseo de invadir o aniquilar otras especies?
Y si acaso llegaran a encontrar este pequeño punto azul llamado Tierra, perdido en medio de la nada, ¿no seríamos para ellos una especie poco interesante, o a lo sumo un objeto de curiosidad para alguna división científica dedicada a catalogar flora y fauna, comparándonos con los millares de especies que ya conocen en el universo?
Si 3I/ATLAS es un satélite tecnológico, tal vez sea algo similar a las Voyager 1 o 2: el intento de una civilización que quizas ya desapareció hace cientos, miles o quizás millones de años, dejando esta extraña manifestación tecnológica como mensaje de que alguna vez existieron o existen.
Pero entre nosotros y ellos aún se extienden las inmensidades de un universo colosal.
No estamos solos. Quiero creer eso. Sin embargo, si estamos por nuestra cuenta, no hay salvadores ni enemigos: lo único que encontraremos de ellos, si sobrevivimos los próximos milenios, será su indiferencia.
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