Baile infinito en el Puente de la Mujer

Es desafiante lo que la vida antepone en el camino, principalmente a las orillas del Río de La Plata. Ya extrañaba mi provincia, por suerte estos eran mis últimos días de turista. Mis pies dolían, al igual que mi cabeza, pero no tanto como mi corazón. Mi bolso pesaba, pero a una escala ínfima en comparación a mi culpa y conciencia.

—¿Cómo estás? —Fue lo primero que vino a mi mente luego de soltar una negación ahogada.

—¿Que cómo estoy? —preguntó sin entender, con sus ojos apaciguados pero sorprendentemente tristes. Noté que todavía tenía algo que perder acá.

—Sí, honestamente quiero saber como te sentís —No sabía cómo manejar la situación, era mi primera, y ojalá que última, experiencia así— .¿Por qué no nos sentamos y me contás?

—¿Quién sos? —Su voz cansada y tiritante buscaba escapar y alejarme de su realidad— .Andá, o te vas a arrepentir.

—Tenés miedo —Efectivamente lo sabía— .La seguridad persiste hasta que se enfrenta la situación, es allí donde nos replanteamos si realmente lo deseamos, aunque creamos que lo merecemos. —Era irónico el hecho de mis palabras dirigidas a alguien que, en aquel entonces, doblaba mi edad.

—Tal vez no lo desee —me respondió cansinamente— ,pero es lo que merezco.

Su camisa, sin dejar ver ninguna arruga, caía delicadamente. Recorrí sus manos con mi vista, tenían un aspecto suave, al igual que el resto de su piel, e iban adornadas con joyas que asemejaban fineza.

Supe que se equivocaba ante su última aclaración, es por eso que se lo manifesté.

—Lamento decirte que no lo mereces. Nadie es lo suficientemente digno de elegir su destino, incluso si considera que lo hace por un bien mayor. —Mi voz suave se fue con el viento, pero sé que llegó a oírla.

Sus pies descalzos dieron paso al frente, su cuerpo, con simpleza y rapidez en caer, iba en sintonía con mis lágrimas.

Esa fue la única vez que presencié un baile en el Puente de la Mujer, y hubiera preferido volverme de Buenos Aires sin haberlo hecho.