Siempre las busqué en los rincones de la ciudad,
mujeres de manos sabias,
de labios que no prometen,
de ojos que han visto inviernos
y no se asustan del frío.
Ellas caminan distinto,
no huyen como las otras,
se quedan—
como si supieran que tarde o temprano
alguien vendrá a pedirles fuego.
Yo, sin barba aún,
con los huesos hambrientos,
dejé mi juventud en los espejos,
la escondí en bolsillos ajenos,
en palabras ensayadas frente al vidrio.
Quería aprender sin tropezar,
quería ser llamado hombre
por bocas que conocieran la verdad.
Pero el azul me delataba,
se teñía en mis manos
cuando las rozaba por accidente,
cuando me atreví a decir su nombre
como un niño llamando a su madre
sin quererlo.
Nunca fueron mías.
Las noches se deshacían antes de volverse historia,
y yo despertaba con el perfume de otras vidas,
con un eco de risas en mi garganta.
Hasta que una me miró,
no con deseo,
sino con piedad.
Y entendí—
no hay iniciación en el fuego
sin antes caminar entre las sombras.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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