Las azucenas crecían alrededor del banco, en el parque, junto al río. Más blancas que la nieve del invierno que dejaron atrás, que les enseñó tanto; sin importar el frío que sintamos siempre vuelve a llegar la calidez primaveral y el nostalgico verano. Las familias, con sus mascotas, se detenían a contemplarlas en profundidad, por más que no les encontraban una forma precisa, las azucenas eran hermosas a su manera.
Me acuerdo cuando no había ninguna y el banco parecía triste, abandonado, la madera de un árbol que fue desalojado de su naturaleza, cuando estaba rodeado de vida. Me sentí como él, sin proposito, sin lugar al que pertenecer. Tu mirada sabía, siempre supiste, que las azucenas iban a florecer, y mis ojos te veían como una de ellas. La azucena que me devolvió la vida.
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