Ayer te conocí

Ayer conocí tu sonrisa. Después de que mi fulgor interno fuera creciendo y creciendo por las ganas de verte, por fin pude saciarlo. Ayer vi tus ojos, distraída. Escuché tu voz (aunque no logro recordarla). Pude ver cómo tus manos danzaban con el aire y componían una coreografía que deslumbraba el breve espacio en que existías ahí y solo ahí. Ayer conocí tu risa. La vi asomándose por tu rostro un poco tímida, un poco huraña. En dos, o tres, o cuatro ocasiones salió a flote como una estrella de teatro en mitad de show que aparece segundos antes de terminar el acto únicamente para que le vean y le alaben; o como una selecta invitada de un evento único que simplemente asiste por hacer presencia. Así se paseó tu risa por entre nosotros.

Tu mirada no me buscó, es cierto, pero a mí nunca nada me ha buscado. Ni la felicidad, ni el amor, ni nada. No me resulta raro, si busco ser sincero. Así ha sido la vida. Lo cierto es que, aún sin mirarme, sentí una gran devoción por ti que no pude expresar. Conocí tu cara, ignorándome, mirando la carretera y el horizonte infinitos que se confundían por el espejismo lejano que siempre acompaña a los viajeros. Yo, viajero entre tu voz y tu silencio, confundido por el espejismo de tus pupilas. Ahí quisiera quedarme tantas vidas como fuera posible y no sucumbir ante las demás falsas bellezas mundanas. Si logro adentrarme en tu sonrisa no permitiré que nadie me saque de allí, y me dedicaré a una vida ermitaña en medio de tu caos.

Ayer conocí tu sonrisa, tu voz, tu mirada. Vi tus manos moverse al ritmo de la vida. Observé quién eres y que en verdad existes. Te vi abrumada de sosiego y triste, pero sin vacilar de las circunstancias en que la vida te pone. Te vi con aires de engreída por tu belleza y tus virtudes, pero eso no es más que la expresión de tu exclusividad que preciso en admirar. Tu sola presencia merece causar fascinación ante quien la asista. Yo, como amador de las cosas pequeñas, las cosas secretas, las cosas olvidadas, no dejé que tu existencia pasara desapercibida.  

Y debo confesarlo: quiero volver a verte.