Ayer fui joven y hoy solo mente y cuerpo:
una ajada entidad que es incapaz de no caer ante el empuje del mar.
Ayer casi no entendía cuán loco y falso era.
Ayer caminaba a tu lado y te decía cosas al oído.
Era joven e incauto y conmigo la muerte moría.
Se enterraba voluntariamente en la sombra del pasado.
Conmigo la gloria cabía en mis manos de joven y el sol
-ese sol que tan seriamente he evitado-,
dejaba de decirme cosas que no quería entender.
Ayer fui joven,
tonto militante de la espera y la agonía,
tan preocupado por dejar de ser un santo
que reptaba bajo el manto de la dignidad,
transitando por ahí,
procurando siempre sumarme a las flores y a la risa
(sin mucho éxito para decir la verdad).
Pero hoy soy un cuerpo gastado,
anhelante de mentiras, perseguidor de flores.
Y solo sé que el sosiego de la risa ya no me calma…
Acoso a tu oreja izquierda esperando poder gritar mi brío
/y tus manos se me escapan
en la traviesa mirada de la mañana
/y en el sinsentido de cada noche.
Cuando aún era joven lo entendía todo y no entendía nada.
¿Importaba acaso no ser más que un huérfano de la nostalgia?
Un hacedor de imágenes absurdas.
Un contrahecho de la disonancia.
Y claro, estabas tú,
siempre diabólico,
temible,
con esas maneras de matador en traje de oro,
de tiempo y venganza,
arrastrándome a la arena.
Y yo, como si fuera joven,
aún me dejo llevar.
Cae mi cabeza siempre hacia atrás,
cae sin sombra y sin saber que apenas hay almohadas.
Solo las olas en el mar, suaves, tan decentes.
Y es siempre el mar, siempre azul,
a veces tan revuelto
(pocas veces tranquilo y conciliador)
y esas manos que no me quieren tocar
y esos ojos,
vacuas cavernas de sol
y sal.

Yom Hernández
Aquí un licenciado en Historia, loco por la literatura que lee y escribe pertinazmente. Padre de tres libros publicados por Ed Atlantis, Ed Adarve, Ed Cuadranta.
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