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Ni el ave rapaz de ojos refulgentes
que acecha desde el cielo
me causará el mismo miedo.
Ni el misil dirigido
que con cruel minuciosidad
impacta con el objetivo,
me causará el mismo impacto.
Porque eras un ave de presa,
un dardo envenenado,
una presencia extraña que me tenía condenado.
Ya no aguanto el llanto, ni las noches en vela,
peligrando mi mente en esa cama enferma.
Y no aguanto el grito,
el dedo que me acusa, y me pide que me vaya, incluso cuando luego exclama que necesita de mi ayuda.
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