Mi propio rostro es lo único que veo
durante días abúlicos que parecen no cerrar.
Me paso las horas dibujando autorretratos
con la nariz roja, los pómulos paspados
y las sienes sin lijar; por nombrar
un poco de lo que tengo,
casi todo lo que es mío, además
de la esperanza.
Esperanza,
no de que un día me levante
y vea a mis clones paralelos de piel tersa,
sino de que así, agrietado,
pueda juntar los rescoldos de aquel fuego
y remendar mis lienzos al fin.
Pedirle al cuervo en mano que vuele
y cuente que he decidido mostrar este rostro,
que lo escoltaré con calma,
que ya no pediré perdón a las nubes,
que sin temor daré al pueblo mi alma,
al mismo que me dio la dicha compleja de nacer,
y espero, en son de una alegría,
me conceda de nuevo el honor de llover.
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