Hay un hijo del hambre
que habita en mí;
me muestra un cuenco sin fondo,
un vacío ontológico,
no viene del estómago,
no quiere alimentarse,
no busca saciedad,
no se llena,
hace de tripas corazón
repitiéndome su profecía:
“No somos cuerpos con faltas
sino faltas con cuerpos.
la vida es un círculo
que se mastica a sí misma,
nosotros somos la ofrenda,
ecos que se comen su propia voz”.
El pensamiento desdentado
ingiere una idea,
luego otra
y queda empachado por gula,
me muerde las dudas,
recoge migas de mi existencia,
enseñándome que regenerarse
es un acto de comerse vivo.
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