No elegís rescatar a la princesa porque la querés, sino porque querés ser rey. El amor es el pretexto del hombre para adueñarse de las cosas. Escucho la obra sin prestarle atención a las imagenes, cada tanto uno puntos de situaciones que no suelo hablar con nadie. A menudo desaparezco momentáneamente en conversaciones incluso estando presente. Una palabra puede funcionar como puerta hacia otras que en algún momento se entrecruzan. Que rara es la gente cuando habla, pienso, cuando dice algo desde el lenguaje pero comunica otra cosa con el cuerpo. La mujer sentada al lado mío juega con el teléfono mientras observa la obra. Se lo pasa entre los dedos. Lo cambia de mano. Cada 3 o 4 minutos lo prende y mira la hora. No es que quiera saber la hora: es que espera. No mira la obra, espera algo y la obra es el pretexto para no pensar en eso.
El hombre en frente mío bosteza, espera que algo llame su atención pero no sucede.
Cada tanto vuelvo a la obra. Los diálogos me llevan a otros diálogos. A posibilidades. A probabilidades. A la forma que utiliza el lenguaje para habitar el tiempo. No puedo permanecer durante mucho tiempo en una conversación sin relacionarla con otra. A veces me encuentro indagando sobre los ademanes y no lo puedo evitar. Un chico en frente mío mueve el pie cuando algo le gusta. Algo lo entusiasma mientras observa. Me gusta mirar gente cuando algo le gusta.
Cada tanto algo me detiene, una sincronización entre la voz, los gestos y el discurso. Me pasa poco pero recuerdo todas las veces que me pasaron. La primera vez fue con la tía de uno de mis primos. No entendía lo que decía pero me gustaba escucharla.
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