Todo lo que antes era familiar se vuelve irreconocible. ¿Cómo haces de un día para el otro para vivir sin eso que te daba sentido? El miedo te consume, como una niebla densa que te ahoga, al darte cuenta de que te quedaste sin algo que pensaste que iba a ser eterno.
La idea de despertar y que todo haya cambiado, de no reconocer ni siquiera el reflejo de tu propia vida, te paraliza. Es como si el alma se hubiera quedado atrapada en un lugar del que no podes salir. Habías aprendido a encontrar consuelo en un abrazo, en una palabra, en una sonrisa que iluminaba tus días. Y ahora, todo eso se esfuma, dejándote con un hueco profundo, sin aire, como si la vida se hubiera olvidado de vos.
Te acostumbras a una presencia, a un aroma, a una forma de sentirte entera. Pero el tiempo no perdona, y lo que parecía ser tu razón de vida ya no está. Y aunque te cueste entenderlo, la vida sigue, con una intensidad diferente. Quizás no sea lo que esperabas, pero la vida sigue adelante, te enseña que se puede respirar, incluso cuando parece que no hay nada que te sostenga.
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