Mi musa me dejó,
y aunque ya había partido hace tiempo,
ahora es cuando mi alma,
lenta y torpemente, se atreve a aceptarlo.
¿Cómo se enfrenta uno al vació de un suspiro
que nunca llega a salir del pecho?
Lo sabía, claro,
pero mi mente, terca como el invierno,
se negó a admitir lo obvio,
y en su obstinación, me perdí.
Me quedé con los recuerdos,
con los ecos de un amor que nunca fue
más que una promesa rota entre mis dedos,
el murmullo de un nombre que ya no se atreve a ser.
Las horas no me ofrecen consuelo,
sólo me repiten el mismo mantra:
"La musa se fue, y tú no hiciste nada."
Y ahora, ¿quién soy?
Alguien cuya pluma se seca en el olvido,
alguien que no puede llorar,
pues las lágrimas no encuentran salida,
sólo se quedan atrapadas,
como mi corazón, que ya no sabe si late por su vivir.
Y ahora,
No note que mis sentimientos
son sólo sombras arrastradas por la niebla
Ahora la tristeza es un manto,
una capa de silencio que me envuelve,
y el mundo sigue girando,
como si no hubiera dejado de moverse desde el primer instante.
¿Es este el precio de la belleza no correspondida?
¿De la inspiración perdida entre las páginas de un libro
que nunca llegará a ser leído?
¿Y qué queda cuando la musa se desvanece?
El dolor, esa amada constante que se aferra
como un perfume pesado en el aire.
Pero yo, tonta e insensata,
ni siquiera puedo llamar a las musas de vuelta.
Porque ya no queda nada,
sólo la amarga dulzura del adiós
que me deja vacío,
y con cada palabra escrita,
me arrastra más profundo
en esta desesperación que nunca acaba.
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