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Atrapar el pez

Jul 16, 2025

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Atrapar el pez
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Hay una ola de calor en Buenos Aires.
¿Por qué todo lo malo viene en olas?
Las malas noticias, las enfermedades, el calor…

Cuando baja el sol, subo a la terraza.
Ahí corre un aire increíble.
Lo lindo de vivir en el conurbano y no tener edificios cerca:
subir a tomar aire y ver el cielo completo.
Acá nada tapa la vista, salvo alguna que otra terraza vecina.

Suspiro. Puedo pensar mejor.

Hoy falleció David Lynch.
Artista, escritor, director, músico.
Apenas me llegó la noticia, se me hizo un nudo en la garganta. Algún día dije o pensé: “El día que se muera ese señor, a mi me va a doler bastante.”

Entré a las redes. Enseguida: fotos, recuerdos, frases.
Personas que lo conocieron de cerca o a través de su obra le dedicaban palabras.
Ahí solté. Lloré un poquito.

Hoy hizo 38°. Fue un día fatal. Si sigo así me voy a deshidratar.

Después me quedé pensando: ¿por qué nos afectan tanto estas muertes?

Creo que es porque hay artistas que no crean obras, sino mundos.
Mundos que te alojan. Donde no hay que explicarse. Donde todo parece funcionar según una lógica propia, extraña, pero exacta.

Lynch fue uno de esos artistas.

No lo conocíamos. No compartimos su vida, pero nos dejó entrar a su mundo. Nos dejó asomarnos a su alma, a sus secretos, y eso nos cambió.

Él mostraba lo imposible, era un canal entre lo raro y lo reconocible.
Entre lo absurdo y lo humano. El arte de no saber por qué te afecta, pero dejarte afectar. Confiar. Aguantar la incomodidad y explorarla.

Te gustara o no, tenía algo que enganchaba.
Un código propio. Un hook.
Una frecuencia difícil de sintonizar, pero inolvidable si llegabas.

Pienso que eso es lo más alto a lo que puede aspirar un artista: crear algo que no sea solo lindo, ni solo bueno, sino necesario para alguien. 

Perder a alguien así duele, porque es como cerrar una ventana que iluminaba nuestros propios pensamientos y nos inspiró desde lo más profundo. Eso crea un vínculo invisible que no se rompe con la distancia, o la muerte.

Recuerdo la primera vez que vi Twin Peaks.
Tenía insomnio. Creo que usé alguna plataforma pirata, porque no era fácil conseguirla en ese entonces. 

No entendía nada. Pero no podía dejar de mirar. Me hablaba, aunque no supiera qué me estaba diciendo. Solo sabía que estaba enamorada de todos los personajes (un poco) y que quería un buen café.
Todo era raro, hermoso, siniestro y cálido al mismo tiempo.
¡Y la música! La cereza del postre. Eran piezas salidas de un sueño surrealista, pero dulce. Una mezcla de nostalgia con… No sé, Lyncheano.

 “Lyncheano”: una palabra que inventamos para nombrar lo que no sabíamos cómo nombrar.

Lograba ponerle forma a cosas que sentimos pero no sabemos nombrar.
Nuestros sueños, nuestros miedos, nuestras obsesiones.
Y no desde la respuesta, sino desde la pregunta. 

Años después descubrí que meditaba todos los días.
Que esa conexión con el misterio, con lo invisible, no era un don mágico, sino una práctica. Una filosofía. Un modo de estar.

Yo también medito desde hace algunos años.
No soy constante. A veces me pierdo.
Pero cuando vuelvo, siempre encuentro algo.
Un poco de silencio. Un poco de orden.
Una manera de mirarme sin ruido.

Un lugar donde respiro mejor. Como en esta terraza.

En su libro Atrapa al pez dorado, Lynch habla de la creatividad y el sufrimiento.
Dice:

“Puedes entender el conflicto, pero no tienes que vivir en él.
Cuanto más sufre el artista, menos creativo va a ser.
Hay menos probabilidades de que disfrute su trabajo,
y menos probabilidades de que realice un buen trabajo.”

Esto es solo un mínimo fragmento de las reflexiones que comparte. 

Todo, todo lo que dice en ese libro me resuena mucho—salvo la parte de la paternidad— porque por primera vez en mucho tiempo estoy trabajando de algo que me gusta.
Estoy escribiendo más, aunque creando menos.
Estoy fuera de la presión constante de la facultad, del “deber”.
Y en ese espacio, algo se está abriendo.

No sé bien qué, todavía.
Pero me gusta pensar que se parece a eso que Lynch practicaba todos los días:
abrirse al misterio. Escuchar. Abrirle la mano al pensamiento.

Solo me sale agradecer por haber vivido en una época contemporánea a ese maestro.

Buen viaje.


Meli Claps

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