Asombrarse

Me asombro.

Me asombro bastante fácil.

Me impresiona la naturaleza, de niña me asombraba mirar el cielo y que las nubes se movieran, cambiaran de forma.

De hecho me asombra el cambio constante, como hay cosas que permanecen y otras no, como algunas lo hacen pero de manera diferente cada vez.

Me impresiona el arte de todo tipo, su capacidad para descolocarte, para hacerte sentir y pensar.

Me asombra la ciencia, su deseo metódico por encontrar verdades objetivas.

Me asombra la vida, la vivo esperando sus sorpresas.

Me impresiona la muerte, la espero como una amiga.

Me asombra la existencia, su sentido o su sinsentido.

Me asombra la inmensidad del universo, y la pequeñez finita de la humanidad en comparación.

Me asombra el ser humano, sus contradicciones y sus logros como especie, su sensibilidad, racionalidad y sociabilidad.

Me asombran el libre albedrío, cómo alguien puede albergar en su interior decisiones de crueldad o empatía, o como dependiendo el momento, albergar ambas.

Me asombran la subjetividad, las definiciones de bien o mal.

Me asombran los extremos idealistas, y aún más los que buscan justos medios.

Me asombra la diversidad, la variedad: lo mezclado, lo complejo, las diferencias.

Me asombra las posibilidades, lo infinito.

Me asombran las emociones, cómo se sienten, y cómo intentamos racionalizarlas.

Me asombra pensar, saber que puedo hacerlo, que lo hago todo el tiempo sin parar, como si no pudiera no hacerlo.

Me asombra la filosofía, su capacidad para incomodarte, para corromper, para hacerte replantear las cosas, para asombrarte o para nacer desde un asombro.

Me asombra el asombro, la curiosidad que provoca sentirse impresionado ante algo, alguien o ante una situación, y que también provoca algo intrínseco al ser humano: la necesidad de filosofar, y es que el asombro, trae duda y la duda siempre trae dos cosas: intentos de respuestas… y más dudas. Ese asombro que nos invita a pensar es lo que más me asombra.