Las emociones que nos habitaban venían amaestradas por otros amores, mal acostumbradas. Eran malcriadas, testarudas, desvariadas. Aunque estas se pedían a gritos entre sí, corrían caballos salvajes en su interior. No conocían la calma. Y el amor que comenzamos a darnos se sentía como besos torpes, donde los dientes chocan y nadie sabe aún cómo entregarse. Aún con lo que sentía, no llevaba remedio ni contenciones cuando las cosas fueron siendo colocadas por sobre la mesa. Quería poseerte así, sin frenos, así sin miedo a lastimarnos. Así como un niño anhela lo que le niegan. Poseerlo hasta desbaratarlo entre las manos, comerlo, digerirlo y que formara parte de mi ser. Pero el tiempo, que no perdona ni lo urgente ni lo torpe, nos fue domesticando. Aprendimos a tocarnos sin rompernos, a poseernos sin devorarnos. Y ahora, sin temblores ni huidas, te tengo como siempre quise: entera, perteneciente a mí, perteneciente a ti, absolutamente e irrevocablemente.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión