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La paz se desvanece como un espectro en la penumbra, esquiva y etérea. Trato de mecer la mente, de arrullarla con cantos silenciosos, mientras los pensamientos se enredan en una danza infinita, voraces, anhelando devorar los últimos vestigios de mi cordura. El vacío, vasto e insondable, se cierne sobre mí, alimentado por la incertidumbre que navega sin rumbo en el océano del mañana. Un sentimiento intenso, casi tangible, agota los escasos momentos de calma, erosionando la frágil línea que separa la razón del abismo.
La racionalidad, ya tenue, lucha por sostenerse, resistiendo el embate de vacíos cada vez más profundos, más insaciables. Son sombras que crecen, amenazando con extinguir hasta el más mínimo destello de lucidez, esa chispa fugaz que titila en la oscuridad. No importa cómo la nombres “esperanza, claridad, serenidad”, solo anhelo un respiro, un instante de quietud en este torbellino que consume todo a su paso. Solo deseo paz, aunque sea efímera, aunque sea un susurro en medio del caos.
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