mobile isologo
buscar...

Aroma a metal. Parte uno.

John

Sep 10, 2025

160
Aroma a metal. Parte uno.
Empieza a escribir gratis en quaderno

Mi memoria aún sufre al recordar el día que mi madre partió sin rumbo a Helheim. Tendría nueve inviernos a mis espaldas y unos pocos meses más cuando aquello sucedió. Salí a cazar como solía acostumbrar junto a Orn, al que los hombres apodaban el Sangriento. Tomó y quemó tierras sajonas, arrastrando bajo su sverðespada muchos cuerpos que ahora servían de alimento para los gusanos. Aquella cruda forma de combatir provocó que el enemigo huyera de su figura. Fue su fuerza lo que hizo a los sajones retroceder. Decían que era un Svartálfar, un espíritu de corazón negruzco y ansias de sangre, con la fuerza de mil hombres de determinación inquebrantable.

Un día, tras el saqueo de un pueblo sajón, su corazón acabó enamorado de una esclava. Este asesinó a su esposo días atrás, lo que provocó un profundo odio por parte de la misma; sin embargo, y para no perecer bajo las cenizas de la brutalidad nórdica, aceptó la propuesta de matrimonio que Orn le hizo poco tiempo después. Por ello, y muy a su pesar, por primera vez, abandonó sus ideales y huyó junto a sus esposa para formar una familia en un pueblo lejano. 

En aquel se reencontró con Ulf el Valiente, mi padre, con el que había peleado mano a mano hacía ya dos decenios en la toma de Inglaterra. Pero todo hubo de llegar a su fin, y ambos se separaron por nimiedades del destino. Hasta aquel día, claro.

Prosiguiendo con mi relato, Orn y yo perseguimos un ciervo de pelaje rojizo. Nos detuvimos al verlo beber de un pequeño caudal que bajaba desde la montaña. Este me otorgó el arco.

—Tómalo con fuerza, *barn. No titubees.

La luz del sol atravesaba los árboles, golpeando mi cara con calidez. A su vez, una pequeña brisa revolvió las hojas que se encontraban bajo mis pies. Sentía la rígida madera del mango bajo mis dedos, mientras que en la otra mano notaba el suave tacto de la cuerda tersa. 

Inhalé profundamente. Mi pecho se ensanchó al llenar mis pulmones con aquel dichoso aire frío. Cuando el ciervo levantó la cabeza, solemne, Orn hizo una señal. Obedecí sin perder mucho tiempo. 

La flecha recorrió el aire e impactó torpemente contra el lomo del animal. Este soltó un bramido de angustia, perdiéndose entre la arboleda que había detrás suya.

—Acertaste; sin embargo, la flecha no lo hizo caer. Debiste apuntar abajo, más cerca del cuello. Ahora vagará agonizante, débil. Debemos mostrar compasión con aquel que nos ofrece comida y nos refugia del frío.

—Entiendo, *frændi —dije algo avergonzado.

—Sigamos el rastro de sangre. No tardará mucho en caer.

En silencio, seguimos las marcas. Cruzamos aguas frías y atravesamos los árboles que allí había. Las rocas se clavaban en nuestros pies, pues nuestras botas se encontraban empapadas. Sentí una punzada al caminar bajo mis dedos poco antes de encontrarnos con el cuerpo del animal. Saqué la piedra que me dañaba de dentro de mi bota y la lancé lejos, lo máximo que mis fuerzas me permitieron.

—Silencio, Ulfr—susurró Orn, colocando su índice sobre su boca.

Encontramos al animal tumbado en el suelo, agonizante. Convulsionaba escaso de fuerzas. Su mirada se encontraba perdida. La escena era horrible. 

—Termina lo que empezaste, barn. Corta su cuello y acaba con su sufrimiento.

Seguí sus instrucciones. Tomé una pequeña daga que guardaba en el relieve de la bota derecha. Tras eso, me agaché estando a la altura del animal. Acerqué el cuchillo a su cuello y, antes de darle fin, susurré: “Que Freyr reciba tu fuerza”.

Orn colocó el cuerpo del animal sobre sus hombros y cargó con él de vuelta al pueblo. No hablamos más en todo el trayecto. Ni siquiera preguntó el porqué de mi cojear, que, aunque leve, era notable.

Una vez allí, otros guerreros se acercaron a nosotros y se hicieron cargo del ciervo; por otro lado, Orn, que se encontraba bañado en la sangre del animal, dijo que iría al lago a limpiar su capa, no sin antes ojear hacia dónde padre se encontraba. Este hablaba con un hombre alto y de pelo rubio. Llevaba una vestimenta extraña. No reconocí el emblema de su escudo, y ojalá haberlo hecho en su momento.

Ambos entraron en mi hogar. Me acerqué lo más rápido que pude; pero, cuando estuve a punto de entrar, salió *móðir a paso ligero. Al verme, acarició mi rostro y besó mi frente.

—No puedes entrar ahora, tu padre conversa con un hombre que dice ser importante.

—Es la primera vez que lo veo.

—Y yo, pero parece ser que se conocen de tiempo atrás.

En aquel momento sentí otra punzada en el pie. El gesto de dolor que hice alarmó a madre, y tuve que explicarle sobre la piedra. Al saberlo, rió levemente. Pensó que sería algo más grave. Entonces, me tomó de la mano y fuimos al hogar de la *lækniskona. Una vez allí, tuvimos que esperar a que unas cuantas personas fuesen vistos por ella. 

Madre tarareaba una melodía suave. Lo recuerdo aún a día de hoy, pues era mi favorita. Era dulce, tranquilizante. Lograría apaciguar el alma de cualquier hombre si la escuchasen.

Y entonces, mientras me quedaba absorto en su voz, la tarde comenzó a caer. Y con ello, el poder entrar para que curasen mi herida. 

Entramos poco después. Aún logro recordar el aroma del lugar: era a metal —hierro, diría yo ahora—. Había plantas colgadas en la pared, pequeñas vasijas cerca de la entrada con líquidos indistinguibles, pócimas  de todo tipo, pieles de animal… 

Madre le explicó a la mujer lo que ocurría. Me quitaron la bota —que parecía sangrar— y, tras eso, vieron una pequeña herida bajo los dedos. Ella sonrió, colocó un pequeño ungüento sobre la herida, vendando primero mis dedos y, para asegurarse, casi la mitad del pie. 

—Has sido valiente, Ulfr.

—Siempre lo soy —respondí, sacando pecho.

Ambas se miraron y rieron. 

—Llegarás a ser igual de fuerte que tu padre, estoy segura. 

En aquel momento, mi pecho se llenó de orgullo; sin embargo, hoy, aquellas palabras golpean mi carne como una daga. 

Salimos del lugar y volvimos a casa. Madre tocó la puerta, pero nadie contestó. Entramos entonces y el lugar se encontraba solitario. Padre había terminado de hablar con aquel hombre, pero no sabíamos a dónde pudo haber ido. Entonces, madre colgó su capa en la pared y tornó su atención hacia la comida que se encontraba conservada cerca del granero. Era carne de ternero, sobrante de la noche anterior. Había varios trozos de diverso tamaño. Agarró tanto carne como algunos nabos y se dirigió al caldero para comenzar a cocinar.

Me senté cerca de ella y la observé. Ella tenía un don para cocinar la carne. Siempre, da igual la comida, era deliciosa. 

Entonces, y cuándo estuvo a punto de terminar de cocinar, entró padre. Su semblante, serio como jamás lo había visto, se transformó con normalidad al oler la comida. 

Madre se percató de su rostro. Lo miró, extrañada. 

—¿Fue la charla provechosa? —preguntó madre, llenando los cuencos con el estofado que había preparado. Padre ni siquiera le dirigió la mirada. 

—No, no lo fue.

—¿Qué quería? 

Padre no contestó. Se llevó la comida a la boca con rapidez y, en poco tiempo, lo devoró todo. 

Salió entonces nuevamente, aún sin hablar. Madre se preocupó, no era habitual que aquello ocurriese. Quiso salir a buscarle, pero la detuve. Le dije que iría yo, y así fue. 

Salí entonces en su busca. Algunos hombres del pueblo bebían afuera. Cantaban y reían mientras contaban algunas de sus aventuras pasadas. Yo pasé entre varios grupos, en los que la gente vitoreaba mi nombre. Que fuese hijo de Ulf era considerado un hito para ellos. Entonces, vi a Orn, que saciaba su garganta con un barril de hidromiel sólo para él. Me acerqué a él inmediatamente.

—¿Has visto a padre? —le pregunté, directo.

—¡Barn! ¡Bebe un poco con nosotros! —dijo riendo, acercándome el cuerno de dónde bebía. 

—Estoy buscando a padre —dije con cierta frialdad, ignorando su petición.

—¡Ese *gleðispillir se ha ido al lago a reflexionar o qué sé yo!

Agradecí su respuesta y me dirigí allí. No estaba lejos, y el camino se encontraba iluminado con algunas antorchas. Las seguí hasta dar con la última, cerca ya de la orilla del mismo. Vi la figura de mi padre allí, sumergido a medio cuerpo. Me acerqué entonces, observando aquella majestuosa escena; sin embargo, y cuando pude verlo más de cerca, me percaté de algo que jamás había visto: estaba llorando. De sus ojos caían varias gotas y algunos quejidos se cortaban al salir de su garganta. Di unos cuantos pasos más, y entonces, rompí unas ramitas que había cerca del agua. Eso alertó a mi padre, que me miró, confuso y asustado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, tapando su rostro con una de sus manos. 

—Madre está preocupada —dije, titubeante—. ¿Qué ocurre? 

—Nada. Necesito reflexionar.

—Estás raro, padre —atiné a decir—. Puedes contármelo, si deseas. 

—No te preocupes, Ulfr. Todo se solucionará.

Me introduje en el frío agua. Nadé un poco y me acerqué a mi padre. Este me miró fijamente; sus ojos, verdes como el pasto, tenían un brillo particular. Entonces, lo abracé. Fui la última vez que pude hacerlo.

Aquella noche, volvimos poco después a casa. Padre entró feliz, cantando. Abrazó a madre y la besó con pasión. Reímos durante un largo rato; y, cuando estuvimos harto cansados, nos acostamos sabiendo que el mañana sería más rico.

Y así fueron las primeras dos lunas seguidas aquel día; sin embargo, y llegada la cuarta, sucedió lo peor. 

El día transcurrió con normalidad. No pude ir a cazar con Orn, pues este se encontraba mal. Comimos con tranquilidad, jugué con algunos amigos y cenamos hasta hacer caer las hebillas. Entonces, y en mitad de la noche, todos los hombres del pueblo desaparecieron. 

Madre preguntó a padre que estaba ocurriendo, pero este no escuchó. Salió aprisa, y con él, sus compañeros. La luna fue avanzando en el cielo y, mientras intentábamos dormir, algunos gritos comenzaron a sonar. Madre corrió a la salida, y al abrir, gritó de espanto. Frente a ella, padre se encontraba cargando una espada. Empujó a madre dentro, dejándola caer. Alzó aquel trozo de metal y, antes sentenciarla, corrí a interponerme en el camino de aquella hoja. Yo contaba con otro acero, con el que bloqueé el ataque de mi padre. Su fuerza fue tan descomunal que dejó caer mi espada. 

—¿Qué estás haciendo, Ulf? —gritó madre, retrocediendo. 

Pero este, igual que las últimas veces, no respondió. Se dirigió nuevamente a ella, y yo, al intentar salvarla, recibí un golpe del mango justo entre mis ojos. Caí aturdido, casi sin poder respirar. Lo último que recuerdo de mi hogar fue ver a madre morir. 

Una vez hubo terminado, padre me tomó de la capa y lanzó mi cuerpo fuera. Intenté incorporarme, pero recibí una patada en el estómago. Vomité la última cena de mi madre. Gateé lo poco que pude, topándome con unas botas familiares: eran las de Orn. Este me miró, afligido. Alzó su hacha para acabar conmigo, pero padre lo detuvo. 

—Es mío, Orn —vociferó.

Me tomó de la cabellera y me arrastró como pudo hasta el granero. Allí, pude ver con claridad todo el caos que había. Las llamas consumían nuestros hogares, los cadáveres se amontonaban en las calles. Pude ver los cuerpos de Gunnan e Ivaar, amigos cercanos míos. No había alma en su mirada; por otro lado, la lækniskona gritaba desconsolada cerca del cuerpo de sus dos hijas. Una flecha repentina atravesó su cabeza, y los únicos sonidos que se lograban escuchar eran el crujir de las llamas. 

Padre me lanzó dentro de aquel lugar. Se acercó a mí, espada en mano. 

—Bajo el escudo de los Ulf podrás hallar una salida. Huye de aquí, que nunca te encuentren. 

El hombre rubio del emblema desconocido se hallaba detrás de padre, observando la escena.

Este se giró, lo miró a los ojos y asintió. Con la espada, rompió un tonel de sebo. Lo tomó y comenzó a esparcirlo por toda la estancia. Retrocedí, asustado. 

Entonces, tomó una antorcha y, mirándome a los ojos por última vez, la dejó caer sobre el aceite. Aquello comenzó a arder descontroladamente. La paja alimentaba las llamas y yo, asustado, comencé a gritar el nombre de madre. 

Con los nervios golpeando mi corazón y llamas acercándose a mí, corrí bajo el escudo mencionado por padre. Removí la paja y, entre varios pedruscos, pude ver una pequeña abertura. Saqué las piedras con las manos, con la máxima velocidad que pude; repentinamente, algunos escombros cayeron cerca mía, y, con ellos, el cuerpo de un joven. Recuerdo el rostro de terror que había en sus ojos; sin embargo, su nombre nunca pudo venir a mi cabeza otra vez. Era uno de los hijos de Helga, amiga de madre. 

El humo comenzó a asfixiarme, y mis fuerzas se agotaban. Pero, gracias a la caída de uno de los pilares del granero, las piedras se aflojaron y el hueco se abrió para que yo cupiese. Serpenteé bajo la tierra y, tras un largo camino —que trajo el derrumbe de cierta parte del túnel—, salí a la montaña. 

Cuándo volví a respirar el aire frío del lugar, sonreí. Entonces, lo último que recuerdo de aquella noche fue la larga caminata que tuve que dar en busca de refugio, pues, debido al frío tan atroz que hacía, me desmayé. 

Amanecí en una casa extraña. Unos pueblerinos que cazaban en los alrededores me encontraron. Aquel día me salvaron y cuidaron hasta pasar diez inviernos más. Entrené bajo el mando de Falk el Despiadado, o así fue llamado en su tiempo. Peleé en diversas batallas y protegí aquel pueblo como mío, pues habían hecho de mí el guerrero que soy ahora; pero no podía quedarme eternamente en ese lugar. Entonces, como si de un llamado de Odin se tratase, algo sucedió: oí que, en una batalla lejana, cerca de tierras inglesas, un ejército sobresalía entre todos. Liderado por un hombre de barba canosa, había debilitado casi la mitad del ejército sajón con menos hombres que sus rivales. Se jactaron de su nombre, pues era conocido como una leyenda: Ulf el Valiente. Un sentimiento de ira inundó mi alma. Entonces me involucré en la conversación, descubriendo así que necesitaban refuerzos para acabar con los sajones. Y yo, hábil en armas y recomendado por Falk, tuve el honor junto con otros guerreros más a apoyar al ejército de El Valiente.

A día de hoy que escribo esto, estamos cerca de alcanzarlos. Esta carta, si logro proseguir con ella, narrará la historia de cómo Skell el Huérfanomi nombre al ser rescatado— acabó con la vida del Ulf el Valiente Cobarde. 


John

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión