Dimos la vuelta muy rápido,
de forma imprudente,
me enamoró la adrenalina del desencuentro,
nos fascinó el nuevo ritmo con el que giraba la vida,
pasó tanto en tan poco tiempo,
que todo terminó en un vómito.
En primera instancia, en medio de la resaca se colocaron estos relatos disparejos, de estos que no comprenden de pesos y ponen cientos de mis absurdos en vos. Te los acumulan como carga, te van llenando de una impronta sublime que me va desquiciando-emborrachando te escuché corregirme a susurros en mi oído- en un efecto curioso que nos atrae constantemente.
Cuando quise tocarnos, se desplegó esta falacia donde siempre la distancia se mantuvo constante.
Quise acariciarte, pero el aire se robó el resto.
Lo único real de todo es la mancha del suelo con restos de comida, olor y algunos colores extraños.
Hubo giros constantes entre mis versiones, que no son más que el reflejo de una sola que se fue fragmentando a través de personas y tiempos. Giros en los cuales fui recordando sucesos gloriosos de algunas personalidades extrañas, que presenté alguna vez y hoy no las reconocí tan fácil. Giros entre situaciones confusas también de borracheras algo más alegres, mientras en mi sangre se acumulaban los alcoholes violentos de estas bebidas blancas impredecibles.
Entré y salí de mí mismo tanto como las vueltas me permitieron, tomé todo lo que pude, como si de un robo se tratase, hasta colapsar rendido en mis rodillas humedas y contracciones repugnantes, escupitajos constantes y lágrimas espectadoras.
No solo expulse de mí lo que me envenenaba del alcohol -algo también de vos-, tambien expulse de vos, todo lo que te envenenó de mí.
Toda aquella parte tuya que no era más que mi fantasía, mi devoción descomunal por la reaparición de algo similar a una oportunidad, una especie que creo extinta constantemente, y que cada tanto regresa con un encuentro en mis diarios, siempre que algún pagano osado retrata alguna, auque sea poco creible y arcaica.
Espero tanto un incendio, algo que me detone, que al primer chispazo me revuelco por el suelo buscando alguna brasa todavía no extinta, me la froto por el pecho mientras le rezo bajito. El día que algo encienda, no hay otro desenlace que no hable el idioma del caos, de una incertidumbre en otro tono en donde ya no me preocupe tanto, y me incité a enloquecer constantemente.
Estuve dispuesto a perder la cabeza por vos, sin importar quién carajo fueses en verdad.
Qué ganas de hacer volar algo por los aires,
no casualmente siempre voy dejando una estela de nafta,
llevo un bidón pinchado que recargo constantemente cuando se vacía,
me inundo de esta piromanía romántica que llevo latente,
que todo los días brota desde algún lado.
Adicta a la potenciabilidad, muy débil ante el primer indicio de algo que pueda estallar. Se siente desarraigada, desencontrada, desterrada, olvidada en algún tiempo que la borrachera siempre me cuenta que fue probablemente el mejor.
Discutimos constantemente, entre estas ideas caóticas y mis versiones pacificas que tienen todo lo que habían soñado. A veces irónicamente escucho chicanas en mis orejas,
¿no era esta la calma que siempre habías querido?
Probablemente la sea y yo debería estar regocijándome, en vez de eso, no paro de observar mi encendedor.
Parágrafo negro, algunas veces la convicción es totalmente inherente al contexto, por la misma puesta en escena. A veces me distraigo y me pierdo en algunas voces del público o en alguien que tose repentinamente. Tiendo a ir colgando escenografías a diario, se me da naturalmente, no lo ando planeando, a veces solo me quedo pensando y el escenario nace ahí, nos miramos de frente y nos perdemos. Hoy estuve lo suficientemente aburrido y en calma, harto raramente de los cafeses poblados, los cambios del clima y los parloteos inconclusos de la gente que me entran a pedazos inconexos. Hoy miré directamente a tu lugar, y al no estar vos y haber escuchado una risa del fondo, no vi más que pavimento y una vil mentira. Nada de esto nos pertenece, no somos más que un títere de algún director barato o un empresario alienado. Aunque cada vez que te vi caminar sobre aquellos metros, nunca pude divisar el telón.
Sabía que hoy no ibas a estar, sabía que no irías a llegar después, sabía también que probablemente lo que llegase iría a ser la lluvia, y me presté a todo esto para armar un escenario melancólico ambulante lo suficientemente alto desde el cual pudiese tirarme de cabeza sin preocupación alguna.
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