Árbol enmarañado

Siempre tuve la certeza de que la palabra “suerte” no va bien conmigo. Creo que lo sé desde que en este inmenso jardín, abundante en vegetación y colores, me fue asignado el árbol más raro de todos. Al adentrarme en sus ramas su interior parecía un laberinto, la luz externa entraba por pequeños resquicios que me permitían visualizar los rasguños y heridas que se iban marcando por las filosas ramas, dejando un camino de plumas que se me iban cayendo. De noche, las acolchadas hojas eran mis preferidas cubriéndome del aire frío, pero apenas levantarse una leve brisa todas las hojas volaban azarosamente, sin dejarme más opción que envolverme con mis propias alas, que a pesar de la oscuridad aún resalta su tono rojizo. «Los demás la habrán tenido más fácil» pensé, tal vez el oso encontró en su árbol sus bayas  favoritas, el elefante pudo saciarse de un lago tan transparente como el cristal, donde por un segundo dudabas de cuál era el verdadero cielo, y el mono seguro se balancea de rama en rama porque eso es lo que los monos hacen, ahora deben estar todos juntos danzando libremente y disfrutando, aunque no esté yo. Yo estoy perdido en este árbol enmarañado, de muchas entradas y ninguna salida a la vista, volando durante semanas confiando en poder salir. Yo que creía que la palabra “suerte” no iba bien conmigo, la tuve en el momento más oportuno.Ver el cielo totalmente despejado luego de tanto tiempo me permitió darme cuenta del estado deteriorado de mis alas, aunque eso no me impidió alzar vuelo esperando encontrarme con mis compañeros para bailar todos juntos. Ahí me enfrenté a la temible verdad, ya no había más animales, apenas podía verse un un verde apagado, sin brillo como el que recordaba. Supe que debía volver al árbol enmarañado, esa es la única salida del caótico paisaje que habita en un mundo sin suerte.