Él nunca iba a aceptar la culpa.
Habían pasado meses y meses, el clima ya no se sentía gélido como en junio, más bien, el calor de noviembre parecía querer ahogarte brutalmente. Y aun así, su discurso jamás cambió, sus disculpas se seguían sintiendo vacías y carentes de sentido, y escucharlo disculparse era como tratar de descifrar un mensaje en un código desconocido aún por la especie humana. Me apena admitir que aún siendo consciente de esto, caí tantas veces nuevamente en sus brazos, mientras que al oído me susurraba promesas irreales e incumplibles, y permitia que empapara mis labios con su néctar venenoso. Pero ustedes tendrían que haber visto lo bien que encajaban nuestros cuerpos desnudos, o lo bien que usaba las palabras para atraparme, parecía una araña tejiendo una red muy meticulosamente, aguardando impaciente la aparición de alguna luciérnaga¹ indefensa que selle su propio destino entre los hilos de su seda pegajosa.
Puedo destacar que el orden de los hechos siempre fue el mismo, el se caracterizaba por su naturaleza extremadamente rutinaria y monótona, caía fácilmente en las repeticiones y las obviedades, aunque no sé si era por mi gran capacidad de observación, o mi talento para reconocer patrones, pero siempre sabía cuál iba a ser su próximo movimiento. Yo podía ver que él odiaba esto, porque el misterio que lo rodeaba era parte de su (enorme) identidad superficial, odiaba que yo lo conociera más de lo que se conocía a sí mismo, porque eso de cierta manera me volvía inmune a sus trucos, había utilizado todos sus ases bajo la manga contra mí, me conocía de memoria su baraja de naipes, del derecho y del revés.
¹ Hay arañas que no son afectadas por las toxinas de las luciérnagas, o que pueden consumirlas en pequeñas cantidades sin consecuencias graves. En esos casos, si una luciérnaga cae en su telaraña o es atacada, la araña probablemente la con
sumirá.
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