Se habla de ella como si fuera un monstruo,
como si solo su nombre bastara para helar la sangre.
Pero a mis ojos…
ella es una belleza incomprendida.
Piensa en esto:
trabaja sin descanso, cada día, cada hora,
sin pausa ni reconocimiento.
Y, aun así, nunca estorba.
Camina a tu lado en silencio,
esperando con paciencia el momento justo.
No empuja. No apura. Solo está.
Tal vez…
su labor sea una de las más agotadoras del universo.
¿No resulta fascinante pensar
que hay algo más allá de todo lo que creemos saber?
Ella no viene siempre a quitar:
a veces perdona, a veces enseña,
y en su paso deja sabiduría.
Conocerla no es una elección.
Es ley.
Y quizá, con el tiempo,
aprendamos a admirarla,
cuando comprendamos que al final
no hay oscuridad absoluta,
ni cielo, ni infierno…
sólo un nuevo punto de partida.
Un comienzo en otro plano.
Si pudiera imaginarla como mujer,
diría que me rendiría ante su presencia.
Tan serena.
Tan elegante.
No creo temerle.
Más bien siento una duda suave, casi melancólica:
¿La conoceré pronto?
¿O simplemente hemos cruzado caminos,
y aún no es momento de mirarnos a los ojos?
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