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Aquella pasarela

Tai-Zore

Sep 21, 2025

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Aquella pasarela
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Aquella pasarela

¡Un alcalde ludópata, un cura que es padre pero no de la iglesia, sino de niños!

¡Este pueblo se lo llevó quien lo trajo!

Me hubiese gustado que con el pasar de los años la historia hubiese cambiado y se hubiese tornado agradable, esperanzadora pero ¡NO!

¡Desidia, corrupción, desempleo!

El progreso pasaba de largo, sin detenerse por la carretera que te llevaba a otros municipios y estados.

¡SÍ! Esa troncal-11 que dividía los sectores del municipio en dos zonas, con vista a la montaña más alta en su esplendor, con reductores de velocidad y una pasarela que ningún peatón usaba.

¿Alguna vez fue útil?

¿Alguna vez caminé sobre ella?

¿Quién la construyó?

¿En qué año la construyeron, 1982 o 1992?

¿Estuve allí? No recuerdo; no me gustan las pasarelas, me dan vértigo.

Todos, incluyéndome, preferíamos mirar a ambos lados y cruzar la carretera ante la ausencia de vehículos, esa es la verdad.

Esa troncal-11 era tan transitada a toda hora por propios y extraños. Recuerdo en mi niñez escuchar a los adultos de mi familia y vecinos decir:

—Vamos rápido, que se volteó una gandola. —A veces eran gandolas que transportaban caña de azúcar; no había mucha emoción entonces, otras veces eran gandolas que llevaban jugos de frutas procesadas en envases plásticos o de cartón, si eran gandolas de una gran empresa que estaba en un pueblo cercano era nuestro día de suerte; casi siempre transportaban víveres como harina precocida. Todos iban a pescar en río revuelto. Regresaban a sus casas con todo lo que podían cargar, no existían celulares pero la noticia pasaba de boca en boca por todas las comunidades.

¡Eso se acabó! No fue que mejoró el estado de las carreteras o que los conductores conocidos como gandoleros manejaban con prudencia, ¡NO! Simplemente cada vez el transporte de carga pesada fue desapareciendo.

No solo fue la migración masiva, que ocurrió como 25 años después de estas anécdotas, ver la troncal-11 cada vez menos transitada fue quizás el preludio de tantas catástrofes.

¿Pude haber hecho algo para evitarlo? No lo sé, una golondrina no hace verano, ni siquiera fui capaz de garantizar mi destino feliz, entonces esa pregunta sería en plural: ¿Pudimos evitarlo? Desde luego que sí, la manada unida, sí.

Mi vida pudo ser mejor, pero yo no me fui, me aferre a sentimientos de pertenencia y de arraigos estúpidos. ¿Cuál arraigo? ¿Arraigo a qué?

¿Arraigo a la pobreza, la austeridad, el abandono?

Porque sí, a veces cuando tomamos una decisión de permanecer por miedo a no pertenecer, abandonamos la posibilidad de un cambio positivo.

Hoy lo entiendo, pero hoy tengo 60 años nací en 1990. Cuando era pequeña no existía en mi casa ni en mi vecindario televisión por cable de esos de suscripción y pagos mensuales, ni siquiera a color. En mi casa teníamos un televisor con imágenes a blanco y negro, por supuesto, se veían dos canales de televisión nacional abierta que eran gratuitos gracias a una improvisada antena que el viento manipulaba a su antojo. Toda la familia se reunía a ver el mismo programa, casi siempre la novela estelar, la muchacha pobre que se convertía en millonaria y regresaba para vengarse, o el famoso programa de los lunes sobre chistes del país, y nos reíamos de las desgracias, solo se podía hablar en propagandas o pausas comerciales, como les llaman en otros lugares.

Ese televisor era de perilla y pesaba como unos 20 kilos, cuando mis papás pudieron comprar un televisor a color y control remoto, simplemente el viejo televisor desapareció como un recuerdo insignificante del pasado.

Parecía que íbamos encaminados al progreso a pasos lentos y a veces vacilantes, pero siempre en movimiento. De pronto esos pasos se detuvieron y el suelo que los sostenía se resquebrajó hasta ceder y caímos en el abismo.

No fue de un día para otro, desde luego, pero hoy, menopáusica, hipertensa y con osteopenia, lo recuerdo como una película, siento como si todo fue demasiado rápido. Tardé años en asumir con valentía una verdad inexorable, no hay remedios, no hay salvación posible cuando se está condenado al olvido y a la muerte, a la desintegración paulatina de lo que un día fue.

Y pienso y pienso que no fue tan difícil salir, que fue más difícil pensar en ello, pero hacerlo fue rápido, como cuando das un simple paso al frente.

Incluso fue hasta gratificante, pero tardé años pensando en cómo sería, preparándome para un duelo migratorio que nunca sentí, simplemente no existió.

En el medio de ese proceso todas mis emociones alegres y tristes llegaron al cenit, pareciese que hasta se agotaron. Ahora me siento en una especie de estado de tranquilidad inmutable, como si nada me causara miedo o preocupación o demasiada alegría.

Me pregunto muchas veces por qué voluntariamente decidí convertirme en una más de los últimos habitantes de un lugar en decadencia, hoy extinto.

¿Me hubiese convertido acaso en un fósil como los de dinosaurios? Quizás en 2000 años me hubiesen encontrado aferrada a la nada.

Mis nietos serían los nietos de la nada sin un pasado con algo tangible para recordar, sin un lugar de sus ancestros para visitar. El único lugar soy YO, ese lugar se une conmigo en mis recuerdos. Lágrimas ya no hay, solo hay remembranzas de esa pasarela que nunca usé, de las personas que ya no existen porque, como yo, murieron entre el polvo y la maldad.

Yo renací sin la angustia de tener que tomar una decisión trascendental más que si mi café lleva azúcar o no o el color del vestido que usaré hoy.

Me tranquiliza la banalidad de mis decisiones, me pasé casi toda mi vida con angustia sobre el futuro y esa angustia no fue gratis, no recibí recompensa, adquirí una deuda, me endeudé con la felicidad.

El futuro llegó y fue fatal, esa angustia anunciaba tragedia. La mayoría no esperó; arrancó con lo que tenía, probó en una latitud, luego en otra, algunos regresaron solo para comprobar que no era posible ser feliz en lo que una vez fue su hogar.

Movimientos de retornados, irregulares, regulares, un circuito que se repitió hasta que nadie retorno, o alzas el vuelo o caes en el abismo. Yo caí y antes de desaparecer en las tinieblas un ave fue por mí elevándome a los cielos luminosos hasta una tierra segura.

Tengo miedo de olvidar, porque YO soy esa tierra. ¿Y si la olvido? ¡NO, para nada! Me repito. Todo fluye soy una rosa como las de la casa de mi mamá o una hortensia que crecía en ese clima fresco, soy una cayena de las que abundaban en los patios y en los campos, alimentada solo del sol y la lluvia, sin jardineros particulares, pero a mis 60 años sigo colorida; no soy de plástico, no soy artificial, estoy viva.

Me hubiese gustado ser un cedro ¡fuerte!, pero ¡no! Soy frágil y liviana, por eso pude salir. Todo se hundió en el abismo como si una maldición se hubiese vuelto realidad.

La mitad de las personas eran incrédulas y la otra supersticiosa, sin puntos medios sin discernimiento, solo extremos. Cuánto daño nos causaron los extremos y sucumbimos ante la incapacidad de discernimiento, no fuimos temerarios de nada ya fuese terrenal o sobrenatural, la oscuridad nos arropó hasta el exterminio.

Siempre escuché la leyenda de una serpiente gigante que yacía dormida en la profundidad de la tierra, su cabeza reposaba bajo la iglesia del pueblo y su cola en un lugar que en el pasado fue una hermosa laguna que los gobernantes decidieron secar. Según la leyenda, si algún día esa serpiente monstruosa despertaba y sus extremos se unían, sería el fin del pueblo.

La serpiente despertó.

Tai-Zore

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