Pasaba las tardes, un lápiz y un cuaderno, dejando poemas al aire para quien los tomaste.
No tenían dueños aquellos versos sino un color sobre el blanco y el negro.
Pasaba las tardes, un café y pensamientos, mil palabras y algún sorbo, tus paso y mis manos, una taza de algún espresso.
Llegaba la noche en aquel viejo café, tu en la distancia y sin compañía, un viejo y su saco ya se marchaban, tu rostro radiante se entristecía...
Las páginas del diario se llenaban con sentimientos tristes, mi corazón en ti pensaba, y mi mente de ti me hablaba.
¿Por qué ese café me desvela? Un café con aroma dulce que quiere ser probado. Eres un ángel que enamora, a veces, un demonio atormentado que tienta al deseo.
Pasaba la noche y te marchabas, sin decir un hasta luego siquiera. Caminabas bajo las estrellas, solo con la luna observando, sin que un beso yo te pidiera.
Un nombre te hubiera puesto aquella noche, cuando tú taza de rojo marcaste, una servilleta con tu perfume y con tu número que me dejaste.
Tu cuello hubiera besado tantas veces, que mis labios estarían ya gastados, mis manos tu dedos sentirían, entre los míos enredados, leyendo un sinfín de poemas, que en el cuaderno había anotado.
No era verdes como las hojas, ni tenía el azul del cielo más despejado, sino un café tan fuerte, que por siempre me habría desvelado.
Pasó la noche y una taza, vino tras otra sin solicitar, azúcar para endulzarlo. Un café que me desvela, el de tus ojos a mi lado.
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