Hoy quiero confesarte que me desligo de tu religión.
Abandono el altar que hice en vano,
ya no creo en la misa de tus labios
ni en los milagros que nunca llegaron.
Tu nombre ya no me hace feliz,
solo me recuerda cuántas veces recé por algo
que nunca llegaba,
porque vos ni siquiera me veías.
No te equivoques: te amé.
Te amé como se ama a un dios inventado,
con devoción ciega y esperanza rota.
Pero ya no quiero seguir rezando en tu nombre,
ni gritar en una iglesia donde nadie me oye,
porque vos no me escuchas,
porque ya no hay templo ni promesa que valga la espera,
porque estoy cansada.
Aun así, te agradezco:
por lo bueno y por lo malo,
por las veces en que te necesité y supiste abrazarme con todo el cuerpo,
por los momentos en que creímos entendernos...
Lamento que no hayamos podido sostener lo que éramos o lo que creíamos ser,
pero ya no puedo seguir esperando redenciones
de un dios cobarde.
Porque no fue que no lo vi —lo supe, y aun así te perdoné.
Creí que el amor podía curar tus heridas,
que tal vez, si esperaba un poco más, ibas a cambiar.
Pero tu miedo siempre fue más grande que tu amor,
y tu comodidad, más fuerte que el miedo a perderme.
Me mentiste.
Siempre mentiste.
Y yo, que tanto te adoré,
me cansé de arrodillarme ante tu boca traidora.
Así que esta es mi última oración:
Porque ya entendí que no sos ningún Dios
y que jamás te sentiste parte de mi altar.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.


Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión