Salomé parecía tan grande y tan fuerte antes de saber siquiera su nombre, que pensaba que podría pisarme si no me hacía a un lado. Resultaba difícil respirar cuando estaba cerca, como si consumiera todo el aire en la oficina. El tono firme de su voz, anulaba de inmediato la posibilidad de una discusión o debate sobre cualquier tema. Con el correr del tiempo, fui ganándome su confianza, mientras se iba haciendo cada vez más pequeña y al final tan frágil que debía acurrucarla en mis brazos y susurrarle canciones de cuna para que pudiera dormir en la noche.
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