#1 — ANTÍODA I
de Ettore
Consideró *de Vega,
sobre el arte de imitar las pasiones humanas,
que describir a los amantes con afectos capaces de mover con extremo a quien fuera que lo escuchara le daría mayor gusto al público y recordé,
en consecuencia,
el baile de algún año – aquel de la marca,
el de disfraces improvisados a último momento y el silencio último de la madrugada como un panteón, entre nos – amplificando nuestros latidos;
y nada excepto aquellas risas sospechosas,
algo tiernas y burlonas – pero no más.
No me entregué al chiste porque pensé, por un instante, en lo que desearía tener y jamás en lo que ya tenía: una ilusión que fue volviéndose azul, poco a poco, hasta tornarse violeta y desmayarse en el acto y sí, es verdad,
la virtud es dondequiera amada y ahora,
después de un tiempo,
vuelvo a sincerarme con la idea
y en secreto susurro – o continúo hacia el monte,
allí donde planean los caranchos,
e imagino tu cuerpo u el mío como los de **Chagall, flotando sobre la extensión del cielo que lleva tu nombre – esa parcela que te ganaste al nacer, sin importar cuántos corazones mataste – no importa;
hasta los ángeles te honran y aman,
hasta los ángeles te buscan, te regalan y aclaman – ¡los ángeles, maldición!,
los ángeles y yo.
Los falsos mármoles,
los pájaros de pórtlan,
las nubes de humo y el vapor del cuerpo, incinerado por fulgor o por castigo – por amar o no ser correspondido,
por desear o soñar con los portones plateados que jamás verá el romántico empedernido,
no hoy, ni mañana,
excepto en versos;
un montículo de palabras o puñado de cumplidos a nadie – a nada.
¡Una basílica! – una capilla sostenida por filigranas de metal o vísceras y cordones construiré para resguardar nuestros huesos el día de mañana – o podría podar un lindo predio para jugar a la pelota como con tus amigos – o ser tu amigo y no tu mascota;
¿por qué será que no lo pensé así hasta ahora?
*Véase de Vega, Lope; El nuevo arte de hacer comedias en este tiempo (1609).
**Véase Chagall, Marc; Sobrevolando la ciudad (1918).
#2 — MI HIJO EL HURACÁN
de Los extraños rostros
El día que te fuiste de casa creí, sin juzgar,
que habías alcanzado el límite del monte,
allá sobre el viejo rail y las columnas de luz,
que te habías hecho un espacio allí, sólo para ti,
entre los cables pelados y los aisladores eléctricos,
que te habías cambiado el nombre a Joy y que se lo gritabas al viento
por temor
por desafío
por duelo
y reconocí que tú y yo no éramos tan distintos después de todo pero, aún así, algo de ti no entendía;
jamás leíste mis cartas,
jamás entendiste —o intentaste comprender— mi noción de libertad.
Jamás pude decir en voz alta lo que siento
y ahora, que no estás,
me paro con la puerta entreabierta y escucho por entre la mitad del día su rumor —tu rumor— en el aire,
como un remolino amarillo por entre la siembra
y cada que cae la tarde anoto en un papelito los sabores que sí te gustaban y los que no,
pero ya me estoy quedando sin ideas.
El día que murió tu perro, hijo mío,
el día que lo envenenaron,
no supe cómo decírtelo,
me recordé a mí mismo y me paralicé por un segundo y luego, cuando desperté,
tú ya no estabas.
Recuerdo cuando nos llevábamos bien y describíamos pájaros – o coloreábamos el viento y hablábamos sobre el orden de los elementos,
cuál primero,
cuál último,
cuál era el más fuerte y qué sería de nosotros sí, en lugar de estrellas, fuera el cielo interceptado por la superficie lampiña y helada de algún otro planeta
e imaginábamos flores y criaturas nuevas, secretas,
híbridos de ensueño sin empatía, sin guerras,
sin ánima y sin geografía,
pero poco nos duró la alegría y a las semanas ya sabías andar en caballo, por el prado, y para ti yo ya no servía.
Todo ésto antes del rayo — ay, aquel fatídico estruendo;
antes del impacto en la puerta y la ambulancia,
el reconocimiento de tu cuerpo y el viento...
Cómo olvidarlo;
una garganta negra engulló al sol y entre destellos tu nombre, Joy,
cabalgando sobre truenos a dónde
a dónde
a dónde.
#3 — GALERÍA DE ALMAS SOLITARIAS
Niño eléctrico, como de chispa y vidrio – quebradizo espíritu romántico de torso desnudo,
todo desnudo,
corriendo por entre los campos de espigas y espadas paradas tipo pinos – tipo falos luminosos que explotan al entrar en contacto con los dedos, con el cuerpo desnudo y entero,
predispuesto a ser destrozado por los choques de temperatura u esas moléculas pecaminosas,
símiles al ánimo de guerra,
de rebelión anímica o de interconexión con el pastoso micelio de los cuerpos invisibles – esas cabezas que brillan en la noche y expulsan esporas lechosas:
éxtasis en un solo mordisco,
último.
Basta tan solo un rayo para calcinar los huesos o satisfacer la libido, tipo navaja que perfora la piel fantasma, después,
de sus víctimas ahora viento,
cargas electromagnéticas,
u apariciones sin nombre en la galería de almas solitarias.
#4 — REDÚCEME HASTA LA NADA
Me pregunto si hay algo interesante sobre el lugar en el que naciste para vivir allí por el resto de nuestras vidas después de casados – en una casita pequeña, con un lindo patio donde enterrar nuestros cuerpos en días de verano;
pero pienso demasiado,
y no creo que mi tristeza esté orgullosa de lo nuestro,
y no sé si pueda hacerlo sin ella.
#5 — SANTO BLANCO
Con la forma de un Cisne recostaste tus huevos dorados cerca de mí y maravilloso fue lo que sentí aquí dentro – con una mano me hiciste tocar el cielo mientras la otra,
sosteniéndome la espalda,
enterró el cuchillo y éste creció – aún más y más profundo,
atravesándome por completo,
y sin una sola gota de dolor caí de las ramas de la pureza hacia tus dedos desnudos y ahora, vueltos río en movimiento,
estos podrían ser cualquier cosa
estos podrían ser cualquier cosa
estos podrían ser cualquier cosa.
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