Como escribí en uno de mis relatos, no todos llegamos a esta altura del año con el espíritu firme.
Pero de alguna forma llegamos, y eso quizás sea suficiente para festejar, por más que ya no sea como antes. Porque ahora no nos damos de bruces con un pino repleto de regalos -si tuvimos la ínfima energía como para decorar la casa- ni el color rojo parece totalmente rojo. También pierde toda emoción ese momento, ese presente se convierte más en algo nostálgico, un como antes que ya dejó de ser un como siempre, y las preocupaciones sobre el futuro son nuestra nueva realidad.
Se perdió tanto de todo que ni siquiera sabemos en qué momento sucedió. De repente, el cielo lloraba con cada bengala, y por parte, a nosotros nos aburre. Eso es lo peor, nos aburre mucho. El peso del año nos agota tanto que disfrutar se vuelve una carga mayor, no queda espacio para la sidra, la mesa dulce y los regalitos, tampoco para la fantasia.
Puede que pasó nuestro momento, la bola de cristal se dió vuelta cual reloj de arena, y ahora es nuestro turno de mirar hacía abajo y no hacía arriba como fue durante la niñez. Sin embargo no todo se trata de la infancia, o eso quiero creer, puede que sea lo único en lo que creo...
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