Lo puedo sentir.
Puedo sentir mi corazón acelerado y fuerte, cada latido golpeandome el pecho, pidiendome salir.
Puedo sentir como las venas me tiemblan y mis manos pierden el control.
Puedo sentir como se me atoran las respiraciones en la garganta y como los ojos se me llenan de agua.
Pero lo peor, es que puedo escuchar.
Puedo escuchar a mi mente decirme que estoy al borde de un precipicio, que no mire hacia abajo que no le haga caso a la razón, que me estoy por morir.
Puedo escuchar mi mente decirme que estoy en problemas, que hice algo mal, irreparable e irrevocable.
Puedo escuchar a todos los demás decirme que estoy bien, que sienta mis pies, que mire mi piel, que cuente hasta tres y respire hondo.
Pero hay algo que no puedo hacer. Moverme.
No puedo mandarle las señales a mi cuerpo.
Como estar encerrada en una caja a prueba de sonido, con mi razón encapsulada gritando y esperando que a lo largo de el día, quizás de milagro, haya una parte de mi cerebro que me escuche y entienda que estoy bien.
Y aunque no puedo, lo sé.
Sé que se esta volviendo loca, que le cuesta, que llora e intenta. Es como yo. Soy yo.
No puedo, me estoy volviendo loca, me cuesta, lloro e intento.
Pero no puedo, te juro que no puedo.
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