Cuando era adolescente,tenía una amiga, Marcela, fuimos juntas al colegio desde el jardín hasta secundaria. La verdad es que nunca fuimos super amigas. Intenté hasta segundo año que se uniera a mi grupo, que venga a la plaza después del colegio o a las juntadas que hacíamos los findes en la casa de Nico. Siempre contestaba que no podía, que vive muy lejos. A veces le decía que no sea mala onda, que se quede a dormir en mi casa, y con una sonrisa me decía:
—Nati, de verdad,no puedo.
En el colegio se decía que la madre y el padre eran empresarios y viajaban mucho, pero Marcela no parecía tener tanta plata. A veces llegaba con alguna cosita que sabíamos que no se conseguía en Bahía, pero pasaba bastante desapercibido. Una sola vez intenté seguirla en séptimo grado. En su momento pensé que no podía vivir tan lejos. Fui tras ella al salir del colegio y, cuando llegamos a la estación de micros aborte la misión, ¿qué le iba a decir a Marcela si me subía al micro, si sabía que yo vivía a dos cuadras del colegio? Y lo más importante, ¿ con qué plata iba a pagar el micro ida y vuelta? Me volví a casa.
Un día,durante el verano previo a pasar a tercer año, mi madre viene y me cuenta que se encontró a Marcela con su madre en la salita, —estaban entrando a un consultorio dijo y no me dio más información. El primer día de clase Marcela no vino, y así hasta que se hizo un mes. En el curso, todos más o menos pensábamos lo mismo, que se cambió de escuela o se fue a vivir a Buenos Aires o incluso que se fue de país.
La verdad es que, Bahía Blanca es aburrido, no hay mucho más para hacer que lo que ya veníamos haciendo desde que nuestras familias nos dejaban salir solas a la calle: ir al cine, ir a la plaza, ir al kiosco con sillitas a tomar una coca… y ahí quedaba. Por suerte, mi tía Karina, que vivía en Buenos Aires, me traía algunos libros. En ese momento estaba leyendo mucha novela policial. El aburrimiento me hizo pensar en Marcela y conspirar sobre qué había pasado.
Empecé preguntando en el colegio, mi maestra de confianza,Carola, no me dio más información qué decir : “Ah sí…Marcela, que lindos textos escribía. Creo que se cambió de colegio”. Los directivos dijeron que la familia tuvo problemas personales. Nada que me sirva. Lo único que se me ocurrió fue ir a preguntar en los kioscos más cercanos a la terminal si conocían a Marcela.
—¡Marcela!, Marcela Fierro! les repetía con vehemencia.
El único kiosco que sabía de Marcela me contestó
—Sí Marcelita, la conozco, pero nunca supe nada de ella, venía sola y no hablaba. Al principio me escribía en un cuaderno “Hola Pepe, quiero un chupetín”. Después ya fueron tantas veces el mismo pedido que no hacía falta que me escribiera, me saludaba con la mano y se iba con el chupetín. Supuse que era muda”.
Marcela hablaba poco pero ¿muda? No quedaba otra que ir a la salita donde supuestamente, la vio en el verano mi mamá. Pero, ¿qué les iba a preguntar? ¿Si sabían algo de Marcela? Tenía que pensar mejor. Entonces le pregunté a la mujer de la entrada:
—Hola, estoy buscando especialistas en mudos, ¿hay aca?
—El Doctor Ramírez se acaba de ir. Te doy turno para mañana.
Qué suerte que los tramiterios complejos no llegaron a Bahía, pensé.
—Dale sí, ¿a qué hora tenés?
Al otro día salí del colegio y fui directo a ver al Doctor Ramirez. Esperé un ratito y me llamó.
—¿Rioja? Pase.
—¿En qué la ayudo?
—Doctor, necesito que me haga un favor. Quiero saber si sabe algo de Marcela, Marcela Fierro. Se que vino a verlo hace un tiempo y, la otra vez, Pepe,el del kiosco de la terminal, me dijo que era muda. No entiendo. Ella hablaba cuando iba al colegio, y ahora encima desapareció —dije acelerada y casi llorando
— A ver, tomá aire. Señorita, no puede venir a pedir información de pacientes. Solo te voy a decir que Marcela está bien. Ahora, por favor, necesito seguir atendiendo.
Yo sabía que ir al hospital no iba a ser como en las películas, donde se roban documentos y se descubren cosas extrañas, pero bueno tenía que intentarlo. Decidí que quedaba acá la investigación ¿Que más podía hacer? Me resigne.
Por fin terminé la secundaria y mi vieja me consiguió un laburo en el puerto de Punta Alta. Me dijo que por un mes me pagaba una habitación y que después haga lo que pueda. Estaba en el Puerto durante todo el día, y cuando volvía a la noche me la pasaba viciando en Facebook, una madrugada me llega un solicitud de amistad: Merchi F. En ese momento se agregaba a todo el mundo solo por diversión, acepté y la seguí también.
Me llega al instante un mensaje
—Hola Nati, soy Marcela, de la primaria en Bahia. ¿Te acordas?
Obviamente le dije que sí. Para ese momento ya me había tomado unas cuantas latas de birra. Al toque le pregunté si era verdad que era o es muda y le conté que hice lo que pude para saber de ella, ese año que desapareció. Se rió y me dijo que sí, que se fue del país. Estaba en España, pero no fue con su familia, sino que fue a un internado.
—Cuando estaba en primer año, mi vieja me dijo que iba a tener que empezar a trabajar en las empresas de Punta Alta. Pero cuando fui, me di cuenta que la supuesta empresa era una oficina clandestina de líneas telefónicas. Y que yo tenía que estar ahí hablando con los tipos.
—¿QUÉ? —le respondí, fumándome el tercer cigarro consecutivo.
—Sí, así que ese verano, antes de pasar a tercero, me corté la lengua.
—¿QUÉ?
—Natalia, podes parar.
—Sí…perdón es que ¿no había otra forma?
—Seguramente, pero igual estoy bien!!!! Aprendí lenguaje de señas y escribo como siempre. España es genial y nunca más la vi a mi vieja.
— ¿Pero cómo se te ocurrió Marcela?
—jaja ¿Te acordas de Carola? Nos había dado un cuento de Leopoldo Lugones que empezaba...
“La primera vez que se me ocurrió intentar la experiencia a cuyo relato están dedicadas estas líneas, fue una tarde, leyendo no sé dónde, que los naturales de Java atribuían la falta de lenguaje articulado en los monos a la abstención, no a la incapacidad. «No hablan, decían, para que no los hagan trabajar” (Lugones,1906)
Fin
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