Lo vi a él como un ángel de carne, no como los ángeles que yo solía imaginar.
Lo vi como la luz rosada y naranja que baña los atardeceres de esta ciudad movida,
como el jugo de la sandía goteando por mis comisuras
o como el brote paulatino de las rosas.
No lo vi con alas arrastradas o plumajes limpios.
Lo vi así, de carne y hueso, hecho de nervios y ojos brillantes.
De manos heridas y palabras de miel.
Un hombre mortal llorando mientras acunaba mis manos en las suyas.
Me pregunto si dios (algún dios) nos mira desde un alto cielo,
si escucha nuestras palabras de ruego,
si nos mira mientras yacemos en el pasto muriendo.
Quisiera yo tomarte en mis palmas,
gota a gota darte la vida que te falta,
salvarte y coser tus alas.
Salpicar un beso en tu cara,
limpiar tus lágrimas
y decirte una palabra de aliento que siempre se me queda atorada.
Aferrarme a tu frágil mortalidad y compartir ambos esta dura soledad.
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